martes, 10 de septiembre de 2013

La Dolce Vita

No doy ni una. Interpreto las películas a mi gusto, según mi estado de ánimo y las doy significados que no tienen nada que ver con la realidad. Me invento una justificación – si os interesa, El apartamento sigue siendo todavía una gran incógnita para mi – y con ella tiro para delante, a muerte. Y como hace poco me tiraron por tierra mi interpretación de La Dolce Vita, la he vuelto a ver esta noche. Y menuda decepción... Estaba pletórica y con ganas de más. Esta misma tarde he tenido una cita con el buen cine, Les amants de Louis Malle me ha dejado un gran sabor de boca, pero con La Dolce Vita me he aburrido soberanamente. Si, como lo leéis. Se me ha hecho pesadísima, tediosa y sin gracia. Porque tengo mucho respeto por Fellini y quería escribir una entrada sobre ella, que si no...
Dicen por ahí que La Dolce Vita es un complejo manifiesto de filosofía existencial, donde se representan temas como el amor, la vacuidad, la soledad, el éxtasis ante la mujer y la dulzura perdida. A mi me ha parecido una fanfarronada, el peor Fellini que he visto en mucho tiempo. Creo que todos conocemos al director y sabemos de su debilidad por las escenas inconexas, la atemporalidad y lo onírico; pero en esta ocasión no hay por donde pillarlo. La crítica a la burguesía y a la clase intelectual ya está presente en Ocho y medio, el mundo del circo lo representa a la perfección La Strada, de la prostitución y la mujer ya se ocupa Las noches de Cabiria y el existencialismo en Amarcord... La Dolce Vita me sabe a poco. Y es que, el vacío existencial y profesional de Guido Anselmi en 8 y medio se transforma aquí en el vacío de una sociedad adinerada que trata de sobrevivir con farsas y fantasmas a su propio declive. Me ha hecho gracia un comentario que en sus tres horas de duración pasa completamente desapercibido, decía así: “- Si no te interesan, por qué los grabaste? - Porque me parecen bonitos.” Tócate los pies Fellini, tócate los pies.
El drama de Marcello radica en la imposibilidad de comprometerse, y de ahí su permanente coqueteo con la frivolidad y la inquietud existencial, representadas respectivamente en Anita Ekberg y su amigo Steiner. La película alcanza algunas cotas de genialidad en interesantes diálogos entre los protagonistas. En este sentido, podemos destacar una conversación en la que su amigo le manifiesta su temor ante el futuro de la sociedad y la pérdida del amor. Mientras le muestra a Marcello el dormitorio de sus hijas cubiertas por velos angelicales, le confiesa que quisiera preservarlas de ese destino desangelado y le revela una frase: “Deberíamos poder amarnos mejor”. Poco después sucede lo que, a mi juicio, resulta el punto de inflexión – y por que no, el mejor - de la historia: su amigo mata a sus hijas y se suicida. Esta noticia quiebra finalmente a Marcello: ya no habrá retorno para él. Sólo frivolidad y vacío, entregándose al vasto mundo de lo insubstancial.
Como podemos ver, Fellini responde a uno de los tópicos más simplones del cine de autor, la ruptura modernista de un concepto artístico para representar la realidad cotidiana. Y es que, en efecto, no hay más: La Dolce Vita no es más que una ridiculización extrema de las excentricidades de la clase alta italiana. Entre sus escenas más patéticas – y curiosamente las más alabadas por la crítica - destacan la de el helicóptero con la escultura de Jesucristo que sobrevuela Roma, Marcello y los paparazzi persiguiendo a la fama y la belleza por las escaleras del campanario la sesión de espiritismo en el castillo y la aparición del padre del protagonista. Por no mencionar el maltrato a la mujer presente en toda la película y la escena de la fuente... ¿Y esta escena es una de las grandes de la historia del cine? Ay, ay, ay... Dejadme que me ría.


Nota al director: Señor Fellini, eche un vistazo al Discreto encanto de la burguesía, de Buñuel. Parece ser que tiene mucho que aprender. 


Pepita Pérez
A secas.

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