No
doy ni una. Interpreto las películas a mi gusto, según mi estado de
ánimo y las doy significados que no tienen nada que ver con la
realidad. Me invento una justificación – si os interesa, El
apartamento sigue siendo todavía una gran incógnita para mi – y
con ella tiro para delante, a muerte. Y como hace poco me tiraron por
tierra mi interpretación de La Dolce Vita, la he vuelto a ver esta
noche. Y menuda decepción... Estaba pletórica y con ganas de más.
Esta misma tarde he tenido una cita con el buen cine, Les amants de
Louis Malle me ha dejado un gran sabor de boca, pero con La Dolce
Vita me he aburrido soberanamente. Si, como lo leéis. Se me ha hecho
pesadísima, tediosa y sin gracia. Porque tengo mucho respeto por
Fellini y quería escribir una entrada sobre ella, que si no...
Dicen
por ahí que La Dolce Vita es un complejo manifiesto
de filosofía existencial, donde se
representan temas como el
amor, la vacuidad, la soledad, el éxtasis ante la mujer y
la
dulzura perdida.
A mi me ha parecido una fanfarronada, el
peor Fellini que he visto en mucho tiempo. Creo
que todos conocemos
al director y sabemos de su debilidad por las escenas inconexas, la
atemporalidad y
lo
onírico; pero
en esta ocasión no hay por donde pillarlo. La
crítica a la burguesía y a la clase intelectual ya está
presente
en Ocho y medio, el mundo
del
circo lo
representa a la perfección La
Strada, de
la
prostitución
y la mujer
ya
se ocupa Las
noches de Cabiria
y
el existencialismo en
Amarcord...
La Dolce Vita me sabe a poco. Y es que, el vacío
existencial y profesional de Guido Anselmi en 8 y medio se transforma
aquí en el vacío de una sociedad adinerada que trata de sobrevivir
con farsas y fantasmas a su propio declive. Me
ha hecho gracia un comentario que en sus tres horas de duración pasa
completamente
desapercibido, decía así: “- Si
no te interesan, por qué los grabaste? -
Porque
me parecen bonitos.” Tócate
los pies Fellini, tócate los pies.
El
drama de Marcello radica
en la imposibilidad de comprometerse, y
de ahí su
permanente coqueteo con la frivolidad y la
inquietud existencial, representadas
respectivamente en Anita Ekberg y su amigo Steiner. La película
alcanza algunas cotas de genialidad en interesantes diálogos entre
los
protagonistas.
En
este sentido, podemos destacar una conversación en la que su amigo
le
manifiesta su temor ante el futuro de la sociedad y
la pérdida del amor.
Mientras le muestra a Marcello el dormitorio de sus hijas cubiertas
por velos angelicales, le confiesa que quisiera preservarlas de ese
destino desangelado y le revela una frase: “Deberíamos poder
amarnos mejor”. Poco después sucede lo que, a mi juicio, resulta
el punto de inflexión –
y por que no, el mejor -
de
la historia: su amigo mata a sus hijas y se suicida. Esta
noticia quiebra finalmente a Marcello: ya
no habrá retorno para él. Sólo frivolidad y vacío, entregándose
al vasto
mundo de lo insubstancial.
Como
podemos ver, Fellini
responde a uno de los tópicos más simplones del cine de autor, la
ruptura modernista de un concepto artístico para representar la
realidad cotidiana. Y es que, en efecto, no hay más: La
Dolce Vita no es más que una
ridiculización extrema
de
las excentricidades de la clase alta italiana. Entre
sus escenas más patéticas – y curiosamente las más alabadas por
la crítica - destacan
la de el
helicóptero con la escultura de Jesucristo que sobrevuela Roma,
Marcello
y
los
paparazzi persiguiendo a la fama y la belleza por las escaleras del
campanario la sesión de espiritismo en el castillo y
la aparición del padre del protagonista. Por
no mencionar el maltrato a la mujer presente en toda la película y
la escena de la fuente...
¿Y esta escena es una de las grandes de la historia del cine? Ay,
ay, ay... Dejadme que me ría.
Nota
al director: Señor Fellini, eche un vistazo al Discreto encanto de
la burguesía, de Buñuel. Parece ser que tiene mucho que aprender.
Pepita Pérez
A secas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario