Matilde
se iba ya a la cama. Era tarde, quizá las tres o las cuatro de la
mañana. Estaba agotada, había sido un día demoledor. Suspiró
cansada, no lo soportaba más. Cerró los ojos y terminó el vaso de
agua antes de dirigirse a tientas por el pasillo. No quería hacer
ruido, sus abuelos dormían enfrente y tendrían que estar ya en el
séptimo sueño. Abrió la puerta de la habitación y se encontró
con la cama vacía. Como siempre.
Intentó
llegar al armario, pero unos zapatos le interrumpieron el recorrido.
Los zapatos rojos. Tendría que ser más ordenada la próxima vez.
"Pero
si son... ¿En serio? ¿Para mí? ¡Me encantan!”
"¿Te
gustan, de verdad? Quería que fueran rojos, y vi la flor y... No sé,
los vi y lo tuve claro. Tenían que ser estos”
"Como
los que me rompiste...”
“Oye...
La
verdad es que lo pensé,
no voy a decir que no...
¿Te
gustan entonces? Si no es así los podemos cambiar, puedes cogerte un
bolso o...”
“No
podían ser otros, gracias.” -
y sonrió.
Recogió
los zapatos del
suelo, y los apartó cuidadosamente. Se acercó a la cómoda, sacó
el pijama y comenzó a desvertirse. La luz de la calle se reflejaba
en el espejo. Se podía ver en él, la piel excesivamente blanca –
como las burguesas de entonces, decía él – y el cuerpo huesudo.
Estaba más delgada, tanto que si apretaba los muslos estos no
llegaban a tocarse. El vientre plano y
una pequeña cicatriz encima del ombligo.
Estaban
tirados
en la cama.
Ella
boca arriba, y el de lado, jugueteando con ese palito que le
atravesaba el ombligo.
“No
me gusta”
“¿Mhmmm?”
murmuró
la rubia.
“No
me gusta, me recuerda cosas que no me gustan”
“Es
solo un palito, no tiene más importancia...”
“Sigue
sin gustarme... Es vulgar. Cuando te conocí no lo llevabas. ¿Por
qué?”
No
supo como responder, quería decirle
que necesitaba romper con su vida anterior, que por eso se cortó el
pelo, que por eso se lo puso.
Le dijo
la
verdad a medias, diciéndole que era un secreto que debía ganarse.
Se
dio media vuelta, le
arrastró sobre la cama
y le
besó.
Se
tiró sobre la cama, sólo quería dormir. "Ouch…" se
quejó al sentir algo puntiagudo en el costado. Se resignó a prender
la luz y se dispuso a apartar todo lo que había encima de la cama.
Su muñeca, Victoria.
“Es
el mejor regalo que me han hecho nunca. Es, es... maravillosa. Y
mira, la V y la C.”
“En
realidad es una tontería, es un regalo hasta previsible”
“¡A
mi no se me hubiera ocurrido nunca! Llego
a casa y la veo sobre la cama, con sus lazos rosas y los ojos verdes,
como los tuyos... Te lo he dicho muchas veces, si mis hijos se
parecieran un poquito a ti sería la madre más orgullosa del mundo”
“Tendrán
tu nariz, eso lo tengo claro”
“Y
tus pestañas...”
“Y
serán callados, reflexivos y bien educados...”
“Bueno...”
Suspiró
resignada, todo le recordaba a él. ¿Que estaría haciendo ahora?
Sería mejor no pensar en ello... Hoy no había hecho nada. Se acostó
tarde el día anterior y se había levantado pasado el mediodía. Se
había dedicado a perder la tarde con cualquier tontería para
perderse por la noche en la película que ponían en Antena 3.
“¿Qué
te ha parecido? El logopeda es genial...”
“Me
ha sorprendido. Collin Firth borda el papel de Jorge VI, aunque dudo
de la realidad histórica de la película...”
“Sale
muy guapo, es verdad”
“¿Me
dices esas cosas aposta, verdad? - preguntó fingiendo el enfado.
“¡Claro!
No seas tonto, ya sabes que siempre he preferido a Hugh Grant...”
“Si,
si, seguro...”
“¡Pues
claro! A quién le gusta Collin Firth es a tu madre... ¡No me mires
así, que era broma! ¿Vamos al McDonalds?”
“¿Al
McDonalds...? Ufff... Se me ocurren otras cosas que hacer... ¿No te
apetece...?”
Y
no le pudo decir que no. Se recostó nuevamente en la cama,
intentando que su cuerpo descansara. No había manera de quitárselo
de la cabeza. Así no se podía... Cerró los ojos y se concentró en
quedarse dormida. No deseo saber nada, aléjate de mi para
siempre. Si, era lo mejor... Dormir. Mañana ya se concentraría
en pensar en otras cosas. Hoy, al fin y al cabo, era un día como
otro cualquiera, ¿no?
Pepita
Pérez
9
de septiembre.
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