-
No sabes como te miraba Javier el otro día...
Matilde
se apoyó sobre la mesa de la cafetería con cansancio.
-
Imposible. Me desprecia, me odia. Ya os lo conté... Hay tanto
resentimiento en su voz que... Yo que se, da igual. No quiero hablar
de ello.
-
Llevas días diciendo eso. Si de verdad no te importase lo que
pensase o hiciese, lo dejarías pasar y ya está.
-
¡Es que no me lo dejáis de recordar!- exclamó la rubia.
-
¿Qué no te dejamos de recordar? - Natalia se sentó en la mesa
trayendo tres cervezas de la barra.
-
Matilde, que se muere por irle a dar explicaciones a Javier...-
respondió Paloma. Iban a hablar del tema, quisiese la rubia o no -
Por algún extraño motivo - añadió en tono irónico
-
Sabes que normalmente estoy de acuerdo contigo en este tema. Y es
más, sabes que pienso que hiciste bien al irte... Pero si estás tan
pesadita con el tema será porque algo quieres decirle, y cuando lo
hagas todas seremos más felices - concluyó Natalia.
-
No estoy pesadita. - había rencor en sus palabras.
-
Eso se supone que lo tenemos que decidir nosotras, que somos las que
te sufrimos. Tampoco estaría mal que reflexionases sobre la cantidad
de tiempo que te pasas pensando en él...
-
Está bien, hablaré con él, aunque no se cuando. Ahora voy a echar
un piti, cuando vuelva quiero que hayais cambiado de tema de
conversación. - murmuró sin molestarse en disimular su irritación.
Cerró
la puerta de la cafetería con un portazo, pero pudo oír a Paloma
decir: "Será mejor que esperemos sentadas". Tras un gruñido
ahogado de frustración, se apoyó en la pared y cerró los ojos,
esforzándose por pensar con claridad.
Su
amiga tenía razón, llevaba una cantidad inconfesable de tiempo
dándole vueltas a toda esta situación. No sólo la discusión por
teléfono, sino a todo lo que había pasado en el último mes. Ese
zumbido constante no le dejaba dormir y la llenaba de sentimientos de
autocompasión y duda, pero sobretodo de unas ganas irrefrenables de
hablar con él e intentar arreglar las cosas. Lo cual, en su opinión,
rayaba lo patético. Ya había suplicado demasiado.
Suspiró,
se incorporó y encendió el cigarro. Con un poco de suerte la
nicotina conseguiría despejarle un poco la cabeza.
¿De
qué serviría darle explicaciones? Puede que si él la escuchaba
ella se sintiese mejor, pero eso no solucionaba el hecho de que tenía
sentimientos hondos y profundos por él. Estaba claro que le quería,
pero eso no significaba que tuviese que hacer nada al respecto ¿no?
Ya lo había intentado muchas veces, y la respuesta era siempre la
misma. No eran compatibles y lo más probable es que juntos no
funcionasen y todo acabase mal, entre lloros y resentimientos. Ahora
no estaban bien, eso era verdad, pero las cosas podían ponerse
incluso peor. Puede que lo mejor fuese dejar las cosas como estaban,
dejar que la herida cicatrizar... y algún día dejaría de doler.
Pero
la idea de que estuviese enfadado y dolido con ella parecía lejos de
dejar de importarle. Quería que la entendiese y, lo que era más
vergonzoso, quería que Javier
volviera a sonreír y a decirle tonterías. Pero desde aquella noche,
cuando vio en esos
ojos
verdes que le volvían loca
tanto
sufrimiento, desdén
y asco decidió
que no podía seguir así. No servía de nada...
Le
adoraba, estaba segura, pero tenía un límite de humillación. Y
desgraciadamente lo había alcanzado. Se olvidaría de él, y no
pensaba pestañear si se echaba a los brazos de cualquiera que no
fuera ella. Aunque se estuviese muriendo de rabia por dentro.
Se
llevó las manos a la cara, perdiendo la paciencia consigo misma y
con ganas de pegarse. No podía seguir en ese estado de
ensimismamiento general. Él no quería saber nada de ella, solo
había que asumirlo.
Pepita Pérez
Mad world...
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