martes, 17 de septiembre de 2013

Hoy...

He tenido un día terrible. Hace algún tiempo me prometí que no volvería a escribir nada personal, al fin y al cabo mi blog surgió para comentar películas y poemas, pero siendo sincera llevo más de un mes sin coger un libro. Los pinceles de vez en cuando, el cine casi a diario, pero la lectura me resulta ahora imposible.
Mientras que mi abuela intentaba subirme el autoestima con una camiseta que ponía “La vida es chula” con un corazón enorme y mi madre hacia lo propio con un poster patético que decía I Love Me, mi padre se presentó en casa con Hijos de la ira, de Dámaso Alonso. “Por lo que veo, el existencialismo es lo que se lleva” me dijo bajito. El libro no está mal, pero resulta sumamente aburrido. Entiendo que estés preocupado por el hombre Dámaso, ¿pero era necesario mentar a Dios en cada línea? Como siempre, tiro para casa, y afirmo con rotundidad que lo mejor de ese libro, lo que recodaré toda mi vida será la dedicatoria de mi padre: “Lucha por lo que quieres, todos tus errores se pueden enmendar. Que tu madre no pueda contigo. Te quiere, papá”. Como me engañaste, ¿eh papá? De la manera más vil y traicionera...
Decía varias líneas más arriba que el blog iba a tomar nuevas direcciones. Se acabaron los diálogos estúpidos y las esperanazas, que volvería al formato inicial que tenía previsto. Pero no se puede negar lo que se lleva dentro, y aunque casi todos los personajes sean inventados y las situaciones fruto de mi imaginación, Matilde tiene mucho de mi misma.
Hace poco bromeaba con un amigo y le decía que había decidido entregarme al mundo de la mediocridad - no leer, no pensar, no ver películas – e irónico como siempre me preguntó si había decidido vivir. Mi respuesta fue negativa, le dije que mi decisión era malvivir, a lo que me contestó – pretencioso como nunca – si me había cansado de la disidencia mainstream. Yo no lo hubiera llamado así, pero si reconozco que me he cansado. De luchar contra ti mismo por ti – aunque suene contradictorio -, de luchar contra los cuatro elementos por mi.
Y ahora mismo, cuando escribo esto son las seis y media de la tarde y estoy tirada en un banco de Moncloa, después de vagar desde las tres y pico por el centro. Mi letra ya es fea, torcida y desigual, el banco no es que sea especialmente cómodo pero inexplicablemente aquí me siento bien. El nueve de abril se ve a lo lejos, y si giro un poco la cabeza veo la valla pintada de amarillo. No dejo de fumar, el disfraz de chica dura hace ya tiempo que se ha caído.
Y te sorprendes pensando en la noche anterior, en lo patético de tu comportamiento eligiendo el vestido que te ibas a poner. El sujetador con relleno - que no se note que te estás quedando sin él -, el vestido anchito para que disimule esa delgadez que tu madre se esfuerza en repetirte todos los días, tu mejor sonrisa, la indiferencia pintada en la cara, un lazo en el pelo que haga ver que aún tienes ganas de arreglarte y dos kilos de antiojeras y colorete. Metes en el bolso los zapatos marrones - que no se diga que no pisas fuerte y que vas a por todas - y colocas en tu mano izquierda ese anillo del que hace dos meses no te separas. Pero pisas la facultad y todo se viene abajo. Las gafas de sol, rápido, que no se vean las lágrimas. El anillo al bolso, los tacones ni los sacas, y con la primera excusa que se te pasa por la cabeza huyes a ese banco de la Avenida de Europa en el que durante el primer año de carrera – ese día nevaba y no llevabas botas de agua – decidiste que Thunder Road era la canción más triste del mundo. Ese día teníamos economía con Julio Arguelles y llegaste una hora tarde. Yo quería jugar contigo, pero te fuiste temeroso de que te cortasen el tráfico y no pudieras llegar a tu casa. Ha pasado ya mucho de aquello.
No te han cogido en el máster que querías - ¿lo querías de verdad o solo te autoconvenciste para hacer que te gustase? - y te das cuenta de que no tienes futuro. Que vas a pasar un año aquí, con más ganas de huir que nunca, perdiendo el tiempo.
Tu madre retumba a lo lejos - *¡Qué no me chilles que me duele la cabeza! *¡Pero cómo no quieres que te chille si me desesperas! Con esa actitud de melindre que tienes, llorar, llorar y consumirte... ¿También lloras cuando estás en la calle? * No, solo lloro cuando llego a casa y te veo. - y bofetada va y bofetada viene. Con tu abuela te callas, porque no quieres que se preocupe; y tu padre no dice nada. Solo las suelta como quien no quiere la cosa dispuesto a hacer daño.
Y sigues adelante como sea, tirando de un orgullo y una dignidad inexistente. Frustrada con tus continuas faltas de respeto que creo que no merezco – puedo jurar que nunca he querido hacerte daño – , deseando que vengas a rescatarme, como te pedí. Llorando, callando, sin hablar de esto con nadie. Pasando el verano con tus amigas y sus flamantes novios, muriéndote de envidia - * ¿Vamos a tomar algo? * Estoy ahora con Sergio, que me ha acompañado a pasar la ITV, si quieres luego nos tomamos algo los tres. // * ¿Qué haces mañana? * Pues he quedado con Pepito, ¿nos vemos pasado? - preguntándote por qué narices te habrás puesto esa camiseta y no viniste a buscarme. Te he visto guapísimo.
Seguiré mirando por la ventana, volviendo regularmente a Moncloa y acordandome de ti a cada instante. Y cuando el dolor se pase, lo diré con orgullo: te quise más que a mi vida.
Mañana escribiré sobre el modernismo y Rubén Darío, lo prometo.

***

Serían las ocho y pico y acababa de llegar a casa. Matilde cogió al perro y bajaron a la calle. Se sentó en las escaleras, no tenía ganas de nada. Los chicos de la tienda de mensajería jugaban con el chucho, ella seguía fumando.
- ¿Y esa cara Matilde? - preguntó una de las recepcionistas.
- Estoy cansada – contestó dándose la vuelta - solo quiero llegar y tirarme en el sofá... Pero la perra no hace pis, y como no he estado en casa lleva sin salir desde las dos que la ha sacado mi hermana...
- La hemos visto, si, con la otra Ana.
- Os enteráis de todo, ¿eh?
- Pues si, ya sabes, no hay mucho más que hacer. A ti también te hemos visto esta mañana cuando te has ido. Con el lazito, los tacones y el bolso, así, así – dijo mientras la imitaba. La mano tonta, el bolso colgando, la cabeza muy alta y el gesto serio. - Nada que ver con ahora, que mira la carita que me traes...
Su disfraz de esta mañana, si, le sonaba.
- Estoy cansada, solo es eso... – se excusó.
- A la cama entonces...
- A la cama no sé, pero al sofá... Venga gorda – dijo refiriendose al perro – a casa. Suficiente día por hoy.


Mi canción favorita, con mucha ironía. Para ti, mamá.


Y esta porque sí.

Marina Sánchez.

Queen Of The Highway.




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