miércoles, 21 de agosto de 2013

Unos cuerpos son como flores...

Volviendo a ser piedra en el camino de nadie.


He de reconocer que tenía preparada una entrada sobre Tchaikovsky - mal que le pese a mi padre, el mejor compositor de toda la historia de la música. Y no, no acepto frases tipo “si el paraíso existe su banda sonora la compondría Mozart”,“las obras de Haendel vienen directamente del cielo” o “Bach es insuperable” -, pero esta pasada madrugada, mientras releía la obra completa de Luis Cernuda, he encontrado un poema que se podría hilar de manera perfecta con la última publicación. Neruda versus Cernuda, a ver que tal sale...


Unos cuerpos son como flores,
otros como puñales,
otros como cintas de agua;
pero todos, temprano o tarde,
serán quemaduras que en otro cuerpo se agranden,
convirtiendo por virtud del fuego a una piedra en un
hombre.
Pero el hombre se agita en todas direcciones,
sueña con libertades, compite con el viento,
hasta que un día la quemadura se borra,
volviendo a ser piedra en el camino de nadie.

Yo, que no soy piedra, sino camino
que cruzan al pasar los pies desnudos,
muero de amor por todos ellos;
les doy mi cuerpo para que lo pisen,
aunque les lleve a una ambición o a una nube,
sin que ninguno comprenda
que ambiciones o nubes
no valen un amor que se entrega.

Decíamos en la anterior publicación que el poeta chileno se encuentra desesperado por la marcha de la mujer amada, y ansía su vuelta y verla florecer a su lado. La actitud del sevillano, en cambio, es altiva y orgullosa. Su actitud es igualmente derrotada, pero no llora por su marcha, sino que se reconoce a él mismo como el centro de su propio universo. Y aunque el poeta se muera de amor, entregue su cuerpo para que lo pisen y busque desesperadamente la felicidad opuesta, la desilusión llega de igual modo, pues ella no comprende – ni mucho menos valora - el esfuerzo de un amor que se entrega.

Me viene también a la cabeza una escena genial de El apartamento – y que escena de esa película no merece ser citada, dice el subconsciente – en la que una desesperada y hundida Shirley McLaine deposita en un sobre diez dólares antes de intentar quitarse la vida. Cuando despierta y se encuentra con un preocupado Jack Lemmon, pregunta por el sobre: - Ábralo. - Pero si solo hay un billete de diez dólares. - Quería enviarselo al Señor Sheldon. La protagonista pretende recuperar su dignidad al entregar el billete a su amante, quien se lo dio para justificar su matrimonio y su lógica rabieta.

Hoy no voy a escribir mucho más. Ni estoy de humor, ni tengo especiales ganas. Por la tarde me espera Ariel Jerez y por la mañana madrugo, me voy al campo con mi padre. Y mientras que discutimos sobre quien es mejor compositor, si Wagner o Tchaikovsky, hacemos un repaso a Crimen y Castigo y nos metemos con los hijos de puta que están en el gobierno, le haré saber mis dudas sobre el tema que esta y tantas otras noche me quita el sueño. ¿Qué es el orgullo, papá? ¿Y la dignidad? ¿Cuál es la opción correcta? ¿Qué debo hacer en este caso? ¿Luchar como Pablo, o plantarse como Luis? Por ahora, parece que solo Jaime Urrutia sabe la respuesta. Y Billy Wilder también.

Pepita Pérez


Con tristeza, el caminante - alguien que no era yo, porque lo estaba viendo desde mi casa - recogió su polvoriento equipaje, se santiguó, y anduvo algo. Luego dejó de andar, volvió la cara, y miró largamente al horizonte. Iba ya a proseguir quién sabe a dónde, cuando vio a alguien que venía a lo lejos. Su rostro reflejó cierta esperanza, después una terrible alegría. Quiso gritar un nombre, pero su corazón no pudo resistirlo, y cayó muerto sobre el polvo, a ambos lados el trigo indiferente. Una mujer llegó, besó llorando su boca, y dijo: Ya no puedes oírme, pero juro que nunca había dejado de quererte.




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