Volviendo a ser piedra en el camino de nadie.
He
de reconocer que tenía preparada una entrada sobre Tchaikovsky - mal
que le pese a mi padre, el mejor compositor de toda la historia de la
música. Y no, no acepto frases tipo “si el paraíso existe su
banda sonora la compondría Mozart”,“las obras de Haendel vienen
directamente del cielo” o “Bach es insuperable” -, pero esta
pasada madrugada, mientras releía la obra completa de Luis Cernuda,
he encontrado un poema que se podría hilar de manera perfecta con la
última publicación. Neruda versus Cernuda, a ver que tal sale...
Unos
cuerpos son como flores,
otros
como puñales,
otros
como cintas de agua;
pero
todos, temprano o tarde,
serán
quemaduras que en otro cuerpo se agranden,
convirtiendo
por virtud del fuego a una piedra en un
hombre.
Pero
el hombre se agita en todas direcciones,
sueña
con libertades, compite con el viento,
hasta
que un día la quemadura se borra,
volviendo
a ser piedra en el camino de nadie.
Yo,
que no soy piedra, sino camino
que
cruzan al pasar los pies desnudos,
muero
de amor por todos ellos;
les
doy mi cuerpo para que lo pisen,
aunque
les lleve a una ambición o a una nube,
sin
que ninguno comprenda
que
ambiciones o nubes
no
valen un amor que se entrega.
Decíamos
en la anterior publicación que el poeta chileno se encuentra
desesperado por la marcha de la mujer amada, y ansía su vuelta y
verla florecer a su lado. La actitud del sevillano, en cambio, es
altiva y orgullosa. Su actitud es igualmente derrotada, pero no llora
por su marcha, sino que se reconoce a él mismo como el centro
de su propio universo. Y aunque el poeta
se muera de amor, entregue su cuerpo
para que lo pisen y busque desesperadamente la
felicidad opuesta, la desilusión llega de igual modo, pues ella no
comprende – ni mucho menos valora - el esfuerzo de un amor
que se entrega.
Me
viene también a la cabeza una escena genial de El apartamento – y
que escena de esa película no merece ser citada, dice el
subconsciente – en la que una desesperada y hundida Shirley McLaine
deposita en un sobre diez dólares antes de intentar quitarse la
vida. Cuando despierta y se encuentra con un preocupado Jack Lemmon,
pregunta por el sobre: - Ábralo. - Pero si solo hay un
billete de diez dólares. - Quería enviarselo al Señor Sheldon. La
protagonista pretende recuperar su dignidad al entregar el billete a
su amante, quien se lo dio para justificar su matrimonio
y su lógica rabieta.
Hoy
no voy a escribir mucho más. Ni estoy de humor, ni tengo especiales
ganas. Por la tarde me espera Ariel Jerez y por la mañana madrugo,
me voy al campo con mi padre. Y mientras que discutimos sobre quien
es mejor compositor, si Wagner o Tchaikovsky, hacemos un repaso a
Crimen y Castigo y nos metemos con los hijos de puta que están en el
gobierno, le haré saber mis dudas sobre el tema que esta y tantas
otras noche me quita el sueño. ¿Qué es el orgullo, papá? ¿Y la
dignidad? ¿Cuál es la opción correcta? ¿Qué debo hacer en este
caso? ¿Luchar como Pablo, o plantarse como Luis? Por ahora, parece
que solo Jaime Urrutia sabe la respuesta. Y Billy Wilder también.
Pepita
Pérez
Con
tristeza, el caminante - alguien que no era yo, porque lo estaba
viendo desde mi casa - recogió su polvoriento equipaje, se santiguó,
y anduvo algo. Luego dejó de andar, volvió la cara, y miró
largamente al horizonte. Iba ya a proseguir quién sabe a dónde,
cuando vio a alguien que venía a lo lejos. Su rostro reflejó cierta
esperanza, después una terrible alegría. Quiso gritar un nombre,
pero su corazón no pudo resistirlo, y cayó muerto sobre el polvo, a
ambos lados el trigo indiferente. Una mujer llegó, besó llorando su
boca, y dijo: Ya no puedes oírme, pero juro que nunca había dejado
de quererte.
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