Matilde
reconoció los acordes al instante de esa canción que hace ya tiempo
se prometió no volver a escuchar. No, esto no podía estar pasando.
Tenía que ser una broma, una mala pasada. Juraría haber borrado la
canción de la lista de reproducción.
La
escena era surrealista. Maldita curiosidad, maldito el momento. Las
fotos que Javier había publicado la noche anterior y Morrissey
retumbando en sus oídos. Recordaba a la perfección las dos
instantáneas. El jersey rojo y sus pestañas. Y se vio a ella misma
con trenzas y la camisa azul de cuadros en Lisboa. ¿Pero como
querían que siguiera hacia delante? Los recuerdos se arremolinaban
en su mente.
La
tarde ya estaba perdida, ¿qué más daba? Matilde se levantó de la
mesa cabizbaja, y tras asomarse a la ventana para ver que todo estaba
en su lugar – la pintada seguía ahí - , se dirigió a la
habitación.
No
entendía nada, cero coherencia en toda esta historia. ¿Por qué
esas fotos? ¿Por qué otras imágenes y otros textos cuando ni si
quiera era capaz de contestar a una carta? “Lo siento Matilde”, y
se acabó.
El
disco verde los Smiths. Necesitaba escuchar la canción. Tan alta que
no fuera posible pensar. ¿De qué sirve ser coherente?
Tocaron
a la puerta.
-
¿Puedes bajar la música? Está muy alta y no me... Matilde, ¿otra
vez mirando por la ventana?¿Estás bien cariño?
-
Tranquila, estaba viendo llover.
-
Pensaba que ya lo habíamos hablado todo, y llegado a la conclusión
de que era lo mejor que podía pasar. Pero no pongas esa cara hija,
no me llores más.
-
Eso es lo que pensáis papá y tú, que todo está bien. Déjame
anda.
-
Pero...
-
Mamá, por favor.
-
Como veas, pero no llores más. Y baja el volumen.
Cerró
la puerta. Estampó el teléfono contra el suelo y subió el volumen
más todavía.
Que
buenas son tus letras Morrisey, pero que malos tus directos. Gracias
por escribir lo que muchos queremos gritar.
Pepita
Pérez.
Still I cling.
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