Era
un bonito día de primavera. Matilde y Paloma paseaban por el parque
cuando una mariposa revoloteó a su alrededor. Mal día para hacerlo,
el pobre insecto volador murió al instante aplastado.
-
¡Pero como puedes
ser así!
El pobre animal no tiene la culpa de nada. Pobre mariposa.
-
Las
mariposas sólo viven veinticuatro horas, no sé cuál es el
problema. Le ahorré el sufrimiento de su inminente muerte. Debería
estar agradecida.
-
No se como puedes ser tan bruta. El animal solo
quería saludarte...
¿Y cómo la devuelves el saludo? Pum, muerta.
-
No
seas ridícula Paloma.
Ese
maldito animal sólo quería molestarme. Además,
¿qué más da? Hay miles de mariposas, polillas y mosquitos en el
mundo...
-
¿Y como hay miles tu te ves legitimada a matarlas una por una,
no? ¿Por
qué odias las mariposas, Matilde?
¿Por qué?
Buena
pregunta, ¿por qué?. La respuesta no era fácil,
pero si había una explicación esta tenía un nombre: Javier.
Las
mariposas habían comenzado a invadir su vida cuando se cruzó con
él por primera vez.
Fue
hace ya cuatro
años, él
volvía de jugar
al fútbol. La mochila al hombro, la pelota bajo el brazo y el
cabello
revuelto. Primera
sonrisa, primera mariposa. Con
el correr de los días, las mariposas aparecían en el momento más
inoportuno. Cuando
lo escuchaba reírse
con sus amigos, cuando
aparecía por el pasillo y se sorprendía mirándole embobada,
o cuando simplemente pensaba
en él.
Mariposas por todos lados.
Y
allí se encontraba ahora, junto a su amiga, sin dejar de sentir esas
mariposas dentro suyo.
-
Odio las mariposas porque hablan por mi. Porque no me dejan pensar,
porque vivo en la luna por culpa de ellas, porque son las únicas
culpables de que no deje de pensar en Javier. ¿Podías si quiera
pensar que una mariposa es capaz de tanto?
Pepita Pérez
Con un poco de suerte, lo de tu estómago será temporal.
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