sábado, 17 de agosto de 2013

El gatopardo

Siempre sorda - rezaba la dedicatoria. ¿Sorda? Sorda a mis suspiros.


Señor Visconti, me ha decepcionado usted profundamente. Me enamoré muy pronto de su buen hacer con la cámara, de esos planos lentos que no pierden detalle y su estupenda realización. Su fotografía no tiene nada que envidiar a la de Bergman, la elegancia se palpa en cada escena, y una tiene la sensación de estar viendo algo grande desde los primeros minutos de sus infinitos films. Los actores sobresalen, se muestran cómodos con papeles ambiciosos y protagonistas, y los guiones no desmerecen en absoluto una historia redonda que se resuelve frente a la pantalla con exquisitez. ¡Qué ambición y que maestría demuestran sus películas! Historias complejas que sin caer en la pedantería, más bien en el lado poético y no por ello menos real de la vida, llegan al espectador y le revuelven el estómago con una clase demoledora. Rocco y sus hermanos me cautivó de manera inmediata, la revisión de Muerte en Venecia me aseguraba que otro tipo de cine era posible –¡y vaya que si lo era! - y Ludwig me pareció inmensa y soberbia. Caí en sus redes, y como decía en un principio, me enamoré.



Supongo que una buena entrada, para que esté completa y sea personal, tendría que incluir una revisión a fondo de las películas que he mencionado antes, con sus respectivos aciertos, fallos, y momentos de gloria – por que los tienen -, pero lo que vi el otro día me impactó de tal manera que mi ansia no pueda esperar para arremeter contra El gatopardo.
¿El gatopardo una joya de cine? ¿Pero estamos locos? ¿De qué pobre cabeza ha salido eso? Con más de tres hora de duración, Visconti se pierde en devaneos de gran belleza visual retratando largas cacerías, interminables bailes de salón y conversaciones intrascendentes que no aportan nada a una película fallida. El gatopardo cuenta la historia personal del Príncipe de Salina, en un momento de agitación política durante la unificación italiana. La caída de una más que marchita aristocracia da paso a una nueva clase social, una burguesía usurera deseosa de poder, representada a la perfección por el alcalde, su hija – la siempre preciosa Angélica – y el sobrino del Príncipe. El gatopardo recorre el sentimiento de decadencia de un Príncipe fracasado, que asume de mala manera la pérdida de su posición social.
La interpretación de Burt Lancaster es, quizá, el único acierto de la película. El gatopardo es él, y en este sentido, debemos admitir que Lancaster brilla con luz propia. Las tres horas de duración se apoyan exclusivamente en su figura y su actuación. Alain Delon, que interpreta al sobrino del Príncipe, no llama demasiado la atención, igual que Claudia Cardinale en el papel de Angélica, que si deslumbra es por su más que sabida belleza. La actuación de la pareja coprotagonista se desmerece tras verles en Rocco y sus hermanos, donde él interpreta a un contenido Rocco y ella a la mujer de su hermano mayor. La química entre ellos es evidente – quien no se quedaría prendado de semejante mujer - pero nunca superará a la pareja Delon – Girardot. Que mal te trató la vida Nadia... o Visconti en su caso.
Pero volvamos al Gatopardo, donde sin duda debemos reseñar el papel del cura, la ambición del alcalde, algún que otro diálogo existencial y el ambiente sombrío y gris interior del protagonista. Con las escenas bélicas la película coge nuevos bríos que pronto pierde en las escenas de palacio. La película tiene también un cariz político, siendo especialmente relevante la escena de las votaciones. El vestuario y la puesta en escena también merecen ser mencionados, no así como la música, fallo estrepitoso de un siempre gran Ninno Rota.
Me lo pones muy dificil Visconti, pero me quedo con la violencia que desprende Rocco y sus hermanos y la búsqueda frugal de la belleza de Muerte en Venecia. Y con Nadia. Y Simón.


Muerte en Venecia


Rocco y sus hermanos


Pepita Pérez


Y crecía aquella flor sin pensar en nada más que en amar y ser amada, ser amada por mi.

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