Siempre sorda - rezaba la dedicatoria. ¿Sorda? Sorda a mis suspiros.
Señor
Visconti, me ha decepcionado usted profundamente. Me enamoré muy
pronto de su buen hacer con la cámara, de esos planos lentos que no
pierden detalle y su estupenda realización. Su fotografía no tiene
nada que envidiar a la de Bergman, la elegancia se palpa en cada
escena, y una tiene la sensación de estar viendo algo grande desde
los primeros minutos de sus infinitos films. Los actores sobresalen,
se muestran cómodos con papeles ambiciosos y protagonistas, y los
guiones no desmerecen en absoluto una historia redonda que se
resuelve frente a la pantalla con exquisitez. ¡Qué ambición y que
maestría demuestran sus películas! Historias complejas que sin caer
en la pedantería, más bien en el lado poético y no por ello menos
real de la vida, llegan al espectador y le revuelven el estómago con
una clase demoledora. Rocco y sus hermanos me cautivó de manera
inmediata, la revisión de Muerte en Venecia me aseguraba que otro
tipo de cine era posible –¡y vaya que si lo era! - y Ludwig me
pareció inmensa y soberbia. Caí en sus redes, y como decía en un
principio, me enamoré.
Supongo
que una buena entrada, para que esté completa y sea personal,
tendría que incluir una revisión a fondo de las películas que he
mencionado antes, con sus respectivos aciertos, fallos, y momentos de
gloria – por que los tienen -, pero lo que vi el otro día me
impactó de tal manera que mi ansia no pueda esperar para arremeter
contra El gatopardo.
¿El
gatopardo una joya de cine? ¿Pero estamos locos? ¿De qué pobre
cabeza ha salido eso? Con más de tres hora de duración, Visconti se
pierde en devaneos de gran belleza visual retratando largas cacerías,
interminables bailes de salón y conversaciones intrascendentes que
no aportan nada a una película fallida. El gatopardo cuenta la
historia personal del Príncipe de Salina, en un momento de agitación
política durante la unificación italiana. La caída de una más que
marchita aristocracia da paso a una nueva clase social, una burguesía
usurera deseosa de poder, representada a la perfección por el
alcalde, su hija – la siempre preciosa Angélica – y el sobrino
del Príncipe. El gatopardo recorre el sentimiento de decadencia de
un Príncipe fracasado, que asume de mala manera la pérdida de su
posición social.
La
interpretación de Burt Lancaster es, quizá, el único acierto de la
película. El gatopardo es él, y en este sentido, debemos admitir
que Lancaster brilla con luz propia. Las tres horas de duración se
apoyan exclusivamente en su figura y su actuación. Alain Delon, que
interpreta al sobrino del Príncipe, no llama demasiado la atención,
igual que Claudia Cardinale en el papel de Angélica, que si
deslumbra es por su más que sabida belleza. La actuación de la
pareja coprotagonista se desmerece tras verles en Rocco y sus
hermanos, donde él interpreta a un contenido Rocco y ella a la mujer
de su hermano mayor. La química entre ellos es evidente – quien no
se quedaría prendado de semejante mujer - pero nunca superará a la
pareja Delon – Girardot. Que mal te trató la vida Nadia... o
Visconti en su caso.
Pero
volvamos al Gatopardo, donde sin duda debemos reseñar el papel del
cura, la ambición del alcalde, algún que otro diálogo existencial
y el ambiente sombrío y gris interior del protagonista. Con las
escenas bélicas la película coge nuevos bríos que pronto pierde en
las escenas de palacio. La película tiene también un cariz
político, siendo especialmente relevante la escena de las
votaciones. El vestuario y la puesta en escena también merecen ser
mencionados, no así como la música, fallo estrepitoso de un siempre
gran Ninno Rota.
Me
lo pones muy dificil Visconti, pero me quedo con la violencia que
desprende Rocco y sus hermanos y la búsqueda frugal de la belleza de
Muerte en Venecia. Y con Nadia. Y Simón.
Muerte en Venecia
Rocco y sus hermanos
Pepita
Pérez
Y
crecía aquella flor sin pensar en nada más que en amar y ser amada,
ser amada por mi.
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