Cuando
el escritor y político británico Edmund Burke (1729 – 1797)
utilizó por primera vez la expresión “cuarto poder”, lo hacía
para hacer referencia a la enorme influencia de la prensa, capaz de
influenciar a la opinión pública.
Este
silencio sepulcral me está matando. La chica de enfrente me está
mirando, levanto las cejas a modo de saludo. Ella tampoco estudia,
¿estará preocupada? No es fea, un poco entradita en carnes pero con
una sonrisa graciosa. También tuerce el labio, igual que tú. El de
arriba. Y masca chicle con la boca cerrada. No, definitivamente no
tiene muchas ganas de estudiar. Sus ojos recorren hastiada toda la
biblioteca, como esperando... Pobrecita, parece que lo está pasando
mal. Ya somos dos. ¿Qué te pasa chica? ¿También estás
decepcionada? ¿Pusiste todas tus esperanzas en una persona y esta se
las llevó por delante? A ti también te duele... Si, eso tiene que
ser. Paloma me está mirando de forma recriminatoria, pidiéndome sin
hablar, casi suplicando, que vuelva a mis apuntes... Vale, vale. Lo
he entendido.
Y
es que, como más tarde expondremos, los medios de comunicación
ejercen un papel crucial en el funcionamiento de los estados de
derecho y las democracias.
Tú
también fuiste un papel crucial en mi vida. El más importante de
todos, el que más me gustaba. Y vaya si te esperé, te sigo
esperando. Tenemos que asociarnos chica, el club Penélope: amantes
fieles que esperan a quien no va a volver. Tú la presidenta y yo la
secretaria. Me has sonreído, te ha gustado la idea, ¿eh? Si al
final va a tener razón mi madre, nos hace feliz regodearnos en la
mierda... Pero para ya de sonreír, ¿no? Que tampoco es para tanto.
Era solo una idea demasiado vaporosa. Ese gesto no me gusta.
¿Determinación? ¿Seguridad en sí misma? ¡Pero no te vayas,
chica! ¡Aún tengo que proponerte en voz alta mi idea! ¡Vuelve,
vuelve!
La
prensa ha hecho y deshecho gobiernos, ha creado reputaciones y
arruinado otras. Por eso le han llamado el cuarto poder, y en algunas
ocasiones pretendió ser el primero.
Esto
es insoportable, mi compañera de fracaso se ha ido. Y los apuntes me aburren infinitamente. Otra vez estas
sola frente a esto, princesa. Sola, sola, sola... ¿Qué estarás
haciendo? ¿Con quién? ¿Pensarás en mí? Ya está, cuando salga de
la biblioteca me estarás esperando. Y yo con estas pintas, y sin
peinar...
- Eres demasiado testaruda. No pienses más en él.
- ¿Qué has dicho?
- Te he llamado testaruda, cabezota.
- Ya vale Paloma... Intento estudiar.
- ¡Joder Matilde! Haces que estudias, miras al infinito y piensas
que vendrá a buscarte.
- No es verdad. Lo tengo perfectamente superado. Mira como sonrío.
Estaba mirando a esa chica, la que estaba a tu derecha... Tenía cara
de estar triste.
- Dime la verdad, ¿le quieres?
- ¿Pero qué pregunta es esa? Te estaba hablando de la chica rubia.
Pobre, lo tiene que estar pasando francamente mal. Se me revolvía el
estómago de verla así...
- ¿Le quieres, Matilde?
- ¿A qué viene esto?
- ¿Le quieres Matilde?
- Si...
- Entonces... ¿Qué te impide ir tras él? ¿Realmente ha hecho algo
tan malo? Le quieres, no sabes ni puedes vivir sin él.
- ¿No luchar por mi, te suena?
- Matilde, escuchame... ¡Matilde, Matilde! ¡No me hagas levantar la
voz! ¡Pero no te vayas! ¡Matilde...!
- Necesito fumar. No estoy de humor para estudiar, y mucho menos para
escucharte.
**
En la otra punta de la ciudad, la chica rubia tuvo más suerte.
- ¿Estás bien?
- No lo sé. ¿Lo estás tú?
- Si. Te quiero...
- Pero...
- Ese es el problema. Que no hay peros. Te quiero sin peros, sin
condiciones, sin importarme el pasado y el presente. Siempre te he
querido y nunca me ha importado.
- Pero..
- ¿Te he dicho sin peros, no? No quiero dejar de sentirlo. Y yo que
sé, quiero estar ahí, a tu lado.
Pepita Pérez
En la biblioteca.
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