martes, 27 de agosto de 2013

Penélope

Cuando el escritor y político británico Edmund Burke (1729 – 1797) utilizó por primera vez la expresión “cuarto poder”, lo hacía para hacer referencia a la enorme influencia de la prensa, capaz de influenciar a la opinión pública.

Este silencio sepulcral me está matando. La chica de enfrente me está mirando, levanto las cejas a modo de saludo. Ella tampoco estudia, ¿estará preocupada? No es fea, un poco entradita en carnes pero con una sonrisa graciosa. También tuerce el labio, igual que tú. El de arriba. Y masca chicle con la boca cerrada. No, definitivamente no tiene muchas ganas de estudiar. Sus ojos recorren hastiada toda la biblioteca, como esperando... Pobrecita, parece que lo está pasando mal. Ya somos dos. ¿Qué te pasa chica? ¿También estás decepcionada? ¿Pusiste todas tus esperanzas en una persona y esta se las llevó por delante? A ti también te duele... Si, eso tiene que ser. Paloma me está mirando de forma recriminatoria, pidiéndome sin hablar, casi suplicando, que vuelva a mis apuntes... Vale, vale. Lo he entendido.

Y es que, como más tarde expondremos, los medios de comunicación ejercen un papel crucial en el funcionamiento de los estados de derecho y las democracias.

Tú también fuiste un papel crucial en mi vida. El más importante de todos, el que más me gustaba. Y vaya si te esperé, te sigo esperando. Tenemos que asociarnos chica, el club Penélope: amantes fieles que esperan a quien no va a volver. Tú la presidenta y yo la secretaria. Me has sonreído, te ha gustado la idea, ¿eh? Si al final va a tener razón mi madre, nos hace feliz regodearnos en la mierda... Pero para ya de sonreír, ¿no? Que tampoco es para tanto. Era solo una idea demasiado vaporosa. Ese gesto no me gusta. ¿Determinación? ¿Seguridad en sí misma? ¡Pero no te vayas, chica! ¡Aún tengo que proponerte en voz alta mi idea! ¡Vuelve, vuelve!

La prensa ha hecho y deshecho gobiernos, ha creado reputaciones y arruinado otras. Por eso le han llamado el cuarto poder, y en algunas ocasiones pretendió ser el primero.

Esto es insoportable, mi compañera de fracaso se ha ido. Y los apuntes me aburren infinitamente. Otra vez estas sola frente a esto, princesa. Sola, sola, sola... ¿Qué estarás haciendo? ¿Con quién? ¿Pensarás en mí? Ya está, cuando salga de la biblioteca me estarás esperando. Y yo con estas pintas, y sin peinar...

- Eres demasiado testaruda. No pienses más en él.
- ¿Qué has dicho?
- Te he llamado testaruda, cabezota.
- Ya vale Paloma... Intento estudiar.
- ¡Joder Matilde! Haces que estudias, miras al infinito y piensas que vendrá a buscarte.
- No es verdad. Lo tengo perfectamente superado. Mira como sonrío. Estaba mirando a esa chica, la que estaba a tu derecha... Tenía cara de estar triste.
- Dime la verdad, ¿le quieres?
- ¿Pero qué pregunta es esa? Te estaba hablando de la chica rubia. Pobre, lo tiene que estar pasando francamente mal. Se me revolvía el estómago de verla así...
- ¿Le quieres, Matilde?
- ¿A qué viene esto?
- ¿Le quieres Matilde?
- Si...
- Entonces... ¿Qué te impide ir tras él? ¿Realmente ha hecho algo tan malo? Le quieres, no sabes ni puedes vivir sin él.
- ¿No luchar por mi, te suena?
- Matilde, escuchame... ¡Matilde, Matilde! ¡No me hagas levantar la voz! ¡Pero no te vayas! ¡Matilde...!
- Necesito fumar. No estoy de humor para estudiar, y mucho menos para escucharte.


**


En la otra punta de la ciudad, la chica rubia tuvo más suerte.

- ¿Estás bien?
- No lo sé. ¿Lo estás tú?
- Si. Te quiero...
- Pero...
- Ese es el problema. Que no hay peros. Te quiero sin peros, sin condiciones, sin importarme el pasado y el presente. Siempre te he querido y nunca me ha importado.
- Pero..
- ¿Te he dicho sin peros, no? No quiero dejar de sentirlo. Y yo que sé, quiero estar ahí, a tu lado.



Pepita Pérez

En la biblioteca.

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