La
vida pasa mientras que los veinticuatro de octubre llamas preciosa a
otras. Sabes que tendrías que estar leyendo – mañana tienes
examen – pero desistes. Si no entiendes tu propia vida no intentes
hacer lo propio con el pensamiento de los demás. Hobbes sigue siendo
un misterio.
Te
ves sola, como siempre. Tú y tus idilios. Con Ángel, con Jaime, con
las puertas de la facultad y contigo. Tu cabeza vuela lejos a un
día de mediados de julio en que creías que lo tenías todo. María
Miranda volvía a Madrid en septiembre, verías a Julio al día
siguiente y a nosotros nos faltaba menos de un año para irnos de
aquí. Ahora ya no hay nosotros y no creo que escape nunca de
esta ciudad - todo pasó, todo es borroso ahora, dice el poema -.
Trescientos sesenta kilómetros entre Pozuelo y Autol y demasiado
silencio y ausencia en la capital. Que lo sepas, no tienes ni un
poquito de vergüenza. Se acabaron los favoritismos, las debilidades
y las preferencias.
Pero
de puertas hacia fuera eres fuerte, y mañana te pondrás tacones.
Solo la almohada y la terraza conocen tus llantos, y ya son
demasiados observadores. De nada sirve repetir tu
nombre en silencio. Y ahora fuma, que se haga cenizas el
orgullo... ¿Ah, pero que te queda de eso?
Te
quiero.
Compartimos
silencios y estaciones. Somos un mismo secreto repartido en orillas
distintas. Ya creamos un círculo que roza lo mágico lame lo
hermético y nace como un gremio para locos incautos que a ciegas
pueden traspasar fronteras y asaltan intimidades.
(Leído
en las puertas de la facultad)
Pepita
Pérez
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