jueves, 24 de octubre de 2013

Ch. B.

Comienzas a escribir con una intención, luego las palabras fluyen y el texto final adquiere otras dimensiones que nada tienen que ver con las predisposiciones iniciales. Esto ha surgido en un ratito, un jueves cualquiera de una semana que no merece ser recordada. Espero que disfrutéis leyéndolo tanto como yo escribiéndolo.


Charles Baudelaire es un estado de ánimo. Decía Octavio Paz que cada poema es una lectura de la realidad, y que esa lectura es una traducción, y esa traducción una escritura, un volver a cifrar la realidad que se descifra. Y no puede tener más razón, en cada poema hay un trozo de una realidad que el poeta prefiere esconder pero que su corazón ansía gritar.

Reaccionando contra el realismo y su evolución lógica, el naturalismo, el simbolismo exaltó la espiritualidad, la imaginación y los sueños. La búsqueda desesperada del ideal y la posterior caída en el spleen constituyó el principal motivo por el que alguno de los primeros textos simbolistas fueron prohibidos y censurados. Su lenguaje es claro y sincero, llegándose a considerar en un primer momento oscuro e inmoral.

Si bien Rubén Darío prefiere esconderse en torres de marfil que dan cobijo a princesas, príncipes y poetas modernistas (La torre de marfil tentó mi anhelo, / quise encerrarme dentro de mí mismo / y tuve hambre de espacio y sed de cielo / desde las sombras de mi propio abismo), Baudelaire se compara con un feo y grotesco albatros (El Poeta es igual a este señor del nublo, / que habita la tormenta y ríe del ballestero. / Exiliado en la tierra, sufriendo el griterío, / sus alas de gigante le impiden caminar). Ambos poetas coinciden en lo desgraciado de la vida: el artista debe vivir en el mundo infame de los hombres, castigo tanto más injusto y cruel en cuanto que tiene conciencia del estado deplorable del mundo real. Rechazados por la sociedad industrial del siglo XIX e imposibilitados en sus aspiraciones a la felicidad, Darío y el genio francés quedan condenados a errar en el vacío, entre la realidad y la ficción: Detrás de los hastíos y los hondos pesares / que abruman con su peso la neblinosa vida, /¡feliz aquel que puede con brioso aleteo / lanzarse hacia los campos luminosos y calmos! / Aquel cuyas ideas, cual si fueran alondras, / levantan hacia el cielo matutino su vuelo / -¡que planea sobre todo, y sabe sin esfuerzo, / la lengua de las flores y de las cosas mudas!

La condición del poeta, víctima de sus propio estado de persona hipersensible del que no puede huir, es la imagen misma del spleen, única alternativa que puede conocer el hombre que ha pecado de humanidad (Nada puede distraerle, ni caza, ni halcón / ni su pueblo muriendo ante su balcón). En el poema La Destrucción adquieren sentido mis palabras: Lejos de la mirada de Dios así me lleva, / jadeante y deshecho por la fatiga, al centro/ de las hondas y solas planicies del Hastío. / Y arroja ante mis ojos, de confusión repletos, / vestiduras manchadas y entreabiertas heridas, / ¡y el sangriento aparato que en la Destrucción vive!

Pero esto es solo una introducción, hoy quería proponeros el análisis de un poema en concreto. Las Flores del Mal arrancan con un poema claro y preciso en el que Baudelaire pone – si me permitís la expresión – toda la carne en el asador: Afanan nuestras almas, nuestros cuerpos socavan / la mezquindad, la culpa, la estulticia, el error. El hombre es consciente de su realidad y su incapacidad para cambiar su triste condición, por lo que no puede sino abandonarse al spleen, a una renuncia total a la participación en la vida: Y, como los mendigos alimentan sus piojos, / nuestros remordimientos, complacientes nutrimos. / tercos en los pecados, laxos en los propósitos, / con creces nos hacemos pagar lo confesado / y tornamos alegres al lodoso camino / creyendo, en viles lágrimas, enjugar nuestras faltas. Condenado por los hombres y por ese Dios que no le escucha, el poeta rechaza abiertamente la sociedad y se inclina hacia el mal: En la almohada del mal, es Satán Trimegisto / quien con paciencia acuna nuestro arrobado espíritu / y el precioso metal de nuestra voluntad / integro se evapora por obra de ese alquímico.

Pero su satanismo, su aparente lujuria (Lo trago y noto cómo abrasa mis pulmones / de un deseo llenándolos culpable e infinito. / Toma, a veces, pues sabe de mi amor por el Arte, / de la más seductora mujer las apariencias, / y acudiendo a especiosos pretextos de adulón / mis labios acostumbra a filtros depravados) y su gusto macabro no son más que las transparencias de su fe, de su amor por la pureza, de su amor por la vida. ¡El diablo es quién maneja los hilos que nos mueven! / A los objetos sórdidos les hallamos encanto / e, impávidos, rodeados de tinieblas hediondas, / bajamos hacia el Orco un diario escalón.

Baudelaire eleva la poesía hasta un plano vital y trascendente. La conciencia de decadencia se convierte en el estandarte de la poesía vital: Denso y hormigueante, como un millón de helmintos, / un pueblo de demonios danza en nuestras cabezas / y cuando respiramos, la Muerte, en los pulmones / desciende, río invisible, con apagado llanto. La moral se separa entonces de lo estéticamente bello y lo preestablecido, representando la aspiración del alma humana a la Belleza Superior, alejada completamente de cualquier ánimo didáctico. La naturaleza es para el poeta una fuente primordial de símbolos, signos e imágenes, pues le permiten acceder a la gran unidad del Todo. Lo dice el propio Baudelaire; mais si l' imagination...

Si el veneno, el puñal, el incendio, el estupro, / no adornaron aún con sus raros dibujos / el banal cañamazo de nuestra pobre suerte / es porque nuestro espíritu no fue bastante osado. / Más, entre los chacales, las panteras, los linces, / los simios, las serpientes, escorpiones y buitres, / los aulladores monstruos, silbantes y rampantes / en la, de nuestros vicios, infernal mezcolanza / ¡hay uno más malvado, más lóbrego e inmundo! Y es aquí donde introduzco a Nietzsche – me he propuesto como plan de futuro comparar el pensamiento del alemán con el del poeta francés a partir de la interpretación de los textos – y su definición del nihilismo. El nihilismo es, entonces, la consciencia de un largo despilfarro de fuerzas, la tortura del en vano, la inseguridad, la falta de oportunidad para rehacerse de alguna manera, de tranquilizarse todavía con cualquier cosa; la vergüenza de sí mismo, como si uno se hubiera mentido a sí mismo demasiado tiempo. Y el pobre Baudelaire lo tiene claro: ¡Es el Tedio! - Anegado de un llanto involuntario, / imagina cadalsos, mientras fuma su yerba. / Lector, tú bien conoces al delicado monstruo, / - ¡hipócrita lector – mi prójimo – mi hermano!

Charles Baudelaire reivindica el pecado como verdadera naturaleza humana, rechazando los falsos remordimientos y la pureza de la conciencia. En el ser humano es inevitable: vence el tedio de ser lo que somos. 

Pepita Pérez.
Cuando no eres nadie.


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