Comienzas
a escribir con una intención, luego las palabras fluyen y el texto
final adquiere otras dimensiones que nada tienen que ver con las
predisposiciones iniciales. Esto ha surgido en un ratito, un jueves
cualquiera de una semana que no merece ser recordada. Espero que
disfrutéis leyéndolo tanto como yo escribiéndolo.
Charles
Baudelaire es un estado de ánimo. Decía Octavio Paz que cada
poema es una lectura de la realidad, y que esa lectura es una
traducción, y esa traducción una escritura, un volver a cifrar la
realidad que se descifra. Y no puede tener más razón, en cada
poema hay un trozo de una realidad que el poeta prefiere esconder
pero que su corazón ansía gritar.
Reaccionando
contra el realismo y su evolución lógica, el naturalismo, el
simbolismo exaltó la espiritualidad, la imaginación y los sueños.
La búsqueda desesperada del ideal y la posterior caída en el spleen
constituyó el principal motivo por el que alguno de los primeros
textos simbolistas fueron prohibidos y censurados. Su lenguaje es
claro y sincero, llegándose a considerar en un primer momento oscuro
e inmoral.
Si
bien Rubén Darío prefiere esconderse en torres de marfil que dan
cobijo a princesas, príncipes y poetas modernistas (La torre
de marfil tentó mi anhelo, / quise
encerrarme dentro de mí mismo / y tuve hambre de espacio y sed de
cielo / desde las sombras de mi propio abismo),
Baudelaire se compara con un feo y grotesco albatros (El
Poeta es igual a este señor del nublo, / que habita la tormenta
y ríe del ballestero. / Exiliado en la tierra, sufriendo el
griterío, / sus alas de
gigante le impiden caminar). Ambos
poetas coinciden en lo desgraciado de la vida: el artista debe
vivir en el mundo infame de los hombres, castigo tanto más injusto y
cruel en cuanto que tiene conciencia del estado deplorable del mundo
real. Rechazados por la sociedad industrial del siglo XIX e
imposibilitados en sus aspiraciones a la felicidad, Darío y el genio
francés quedan condenados a errar en el vacío, entre la realidad y
la ficción: Detrás de los hastíos
y los hondos pesares / que abruman con su peso la neblinosa
vida, /¡feliz aquel que puede con brioso aleteo / lanzarse
hacia los campos luminosos y calmos! / Aquel cuyas ideas, cual si
fueran alondras, / levantan hacia el cielo matutino su vuelo /
-¡que planea sobre todo, y sabe sin esfuerzo, / la lengua de
las flores y de las cosas mudas!
La
condición del poeta, víctima de sus propio estado de
persona hipersensible del que no puede huir, es la imagen misma
del spleen, única alternativa que puede conocer el hombre que ha
pecado de humanidad (Nada puede
distraerle, ni caza, ni halcón / ni su pueblo muriendo ante su
balcón). En el poema La
Destrucción adquieren sentido mis palabras: Lejos
de la mirada de Dios así me lleva, / jadeante y deshecho por la
fatiga, al centro/ de las hondas y solas planicies del Hastío.
/ Y arroja ante mis ojos, de confusión repletos, / vestiduras
manchadas y entreabiertas heridas, / ¡y el
sangriento aparato que en la Destrucción vive!
Pero
esto es solo una introducción, hoy quería proponeros el análisis
de un poema en concreto. Las Flores del Mal arrancan con un poema
claro y preciso en el que Baudelaire pone – si me permitís la
expresión – toda la carne en el asador: Afanan
nuestras almas, nuestros cuerpos socavan / la mezquindad, la culpa,
la estulticia, el error. El hombre
es consciente de su realidad y su incapacidad para cambiar su triste
condición, por lo que no puede sino abandonarse al spleen, a una
renuncia total a la participación en la vida: Y,
como los mendigos alimentan sus piojos, / nuestros remordimientos,
complacientes nutrimos. / tercos
en los pecados, laxos en los propósitos, / con creces nos hacemos
pagar lo confesado / y tornamos alegres al lodoso camino / creyendo,
en viles lágrimas, enjugar nuestras faltas. Condenado
por los hombres y por ese Dios que no le escucha, el poeta rechaza
abiertamente la sociedad y se inclina hacia el mal: En
la almohada del mal, es Satán Trimegisto / quien con paciencia acuna
nuestro arrobado espíritu / y el precioso metal de nuestra voluntad
/ integro se evapora por obra de ese alquímico.
Pero
su satanismo, su aparente lujuria (Lo
trago y noto cómo abrasa mis pulmones / de un deseo llenándolos
culpable e infinito. / Toma, a veces, pues sabe de mi amor por el
Arte, / de la más seductora mujer las apariencias, / y
acudiendo a especiosos pretextos de adulón / mis labios acostumbra a
filtros depravados) y su gusto
macabro no son más que las transparencias de su fe, de su amor por
la pureza, de su amor por la vida. ¡El
diablo es quién maneja los hilos que nos mueven! / A los objetos
sórdidos les hallamos encanto / e, impávidos, rodeados de tinieblas
hediondas, / bajamos hacia el Orco un diario escalón.
Baudelaire
eleva la poesía hasta un plano vital y trascendente. La conciencia
de decadencia se convierte en el estandarte de la poesía
vital: Denso y hormigueante, como
un millón de helmintos, / un pueblo de demonios danza en nuestras
cabezas / y cuando respiramos, la Muerte, en los pulmones /
desciende, río invisible, con apagado llanto.
La moral se separa entonces de lo estéticamente bello y lo
preestablecido, representando la aspiración del alma humana a la
Belleza Superior, alejada completamente de cualquier ánimo
didáctico. La naturaleza es para el poeta una fuente primordial de
símbolos, signos e imágenes, pues le permiten acceder a la gran
unidad del Todo. Lo dice el propio Baudelaire; mais
si l' imagination...
Si
el veneno, el puñal, el incendio, el estupro, / no adornaron aún
con sus raros dibujos / el banal cañamazo de nuestra pobre suerte /
es porque nuestro espíritu no fue bastante osado. / Más, entre los
chacales, las panteras, los linces, / los simios, las serpientes,
escorpiones y buitres, / los aulladores monstruos, silbantes y
rampantes / en la, de nuestros vicios, infernal mezcolanza / ¡hay
uno más malvado, más lóbrego e inmundo! Y
es aquí donde introduzco a Nietzsche – me
he propuesto como plan de futuro comparar el pensamiento del alemán
con el del poeta francés a partir de la interpretación de los
textos – y su definición del nihilismo. El nihilismo es,
entonces, la consciencia de un
largo despilfarro de fuerzas, la tortura del en vano, la inseguridad,
la falta de oportunidad para rehacerse de alguna manera, de
tranquilizarse todavía con cualquier cosa; la vergüenza de sí
mismo, como si uno se hubiera mentido a sí mismo demasiado tiempo. Y
el pobre Baudelaire lo tiene claro: ¡Es
el Tedio! - Anegado de un llanto involuntario, / imagina cadalsos,
mientras fuma su yerba. / Lector, tú bien conoces al delicado
monstruo, / - ¡hipócrita lector – mi prójimo – mi hermano!
Charles
Baudelaire reivindica el pecado como verdadera naturaleza humana,
rechazando los falsos remordimientos y la pureza de la conciencia. En
el ser humano es inevitable: vence el tedio de ser lo que somos.
Pepita
Pérez.
Cuando
no eres nadie.
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