martes, 1 de octubre de 2013

Principios.

- ¿Perdona, me dejas un folio?
Javier jurará muchos años después que en aquel momento la oscura biblioteca en la que se encontraban se llenó de luz. También dirá que esbozó su mejor sonrisa, incluso que la chica le miró durante varios segundos, perdida en sus ojos verdes. Añadirá que el frío se convirtió en calor y que el suspiro de Matilde resonó en toda la habitación.
Pero la biblioteca seguía tan oscura como siempre, Matilde apenas tiene mayor interés en él que conseguir el folio y el único cambio que se produce en la temperatura es – quizá - el descenso de un grado cuando los alumnos abren y cierran la puerta.
Es cierto que los ojos verdes de Javier y Matilde se encuentran en un solo segundo, un segundo que acaba con un parpadeo y que para el universo dura una vida entera y hace vibrar toda la biblioteca.
- Toma, aquí tienes.
- Gracias.
Javier la observa, la larga melena rubia cae por su espalda hasta el momento en que ella, acalorada, decide atarse los rizos en un moño alto. Y ahí Javier es incapaz de ver nada más aparte de la piel pálida que tiene delante. La curva de su cuello.
Mucha gente dirá que Javier y Matilde se conocieron en el pasillo, que ella necesitaba ayuda con los libros y que él, como buen caballero, le echó un mano. Que ella cayó rendida a sus pies, que la sonrisa del chico la cautivó desde el primer momento. Que nunca existió un amor tan infantil y eterno como el suyo. Pero pocos sabrán que las primeras palabras que cruzaron fueron “folio” y “gracias” en una oscura y fría biblioteca, y que el habitualmente bocazas de Javier se quedó sin palabras mientras Matilde adoptaba una actitud de indiferencia total. 


Pepita Pérez.

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