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¿Perdona, me dejas un folio?
Javier
jurará muchos años después que en aquel momento la oscura
biblioteca en la que se encontraban se llenó de luz. También dirá
que esbozó su mejor sonrisa, incluso que la chica le miró durante
varios segundos, perdida en sus ojos verdes. Añadirá que el frío
se convirtió en calor y que el suspiro de Matilde resonó en toda la
habitación.
Pero
la biblioteca seguía tan oscura como siempre, Matilde apenas tiene
mayor interés en él que conseguir el folio y el único cambio que
se produce en la temperatura es – quizá - el descenso de un grado
cuando los alumnos abren y cierran la puerta.
Es
cierto que los ojos verdes de Javier y Matilde se encuentran en un
solo segundo, un segundo que acaba con un parpadeo y que para el
universo dura una vida entera y hace vibrar toda la biblioteca.
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Toma, aquí tienes.
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Gracias.
Javier
la observa, la larga melena rubia cae por su espalda hasta el momento
en que ella, acalorada, decide atarse los rizos en un moño alto. Y
ahí Javier es incapaz de ver nada más aparte de la piel pálida que
tiene delante. La curva de su cuello.
Mucha
gente dirá que Javier y Matilde se conocieron en el pasillo, que
ella necesitaba ayuda con los libros y que él, como buen caballero,
le echó un mano. Que ella cayó rendida a sus pies, que la sonrisa
del chico la cautivó desde el primer momento. Que nunca existió un
amor tan infantil y eterno como el suyo. Pero pocos sabrán que las
primeras palabras que cruzaron fueron “folio” y “gracias” en
una oscura y fría biblioteca, y que el habitualmente bocazas de
Javier se quedó sin palabras mientras Matilde adoptaba una actitud
de indiferencia total.
Pepita
Pérez.
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