Permanece
sentada en su silla con los hombros caídos y la mirada perdida. El
pelo rubio le cae sobre la cara, tapando sus ojos marrones.
-
Matilde.
La
voz de Javier es un susurro ronco que se cuela en su oído, serpentea
en su garganta y araña algo en su interior. Se sale completamente de
su control.
Tirando
de cinismo finge no haberle escuchado y recoge sus cosas. Ambos saben
que es perfectamente consciente de que su brazo está rozando
levemente su espalda.
-
Matilde.
Está
cansada de tanta palabrería. La rabia se agolpa en su pecho, forma
un torbellino confuso de sentimientos que no es capaz de describir y
se entremezcla con algo más profundo.
-
Déjame en paz.
Esa
no parece su voz. Juraría que la última vez sonaba más segura,
menos ahogada en llanto.
Ella,
que nunca le había abierto las puertas de su corazón a nadie. Ella,
que siempre ha presumido de entereza y dignidad. Ella, que está
enamorada de él - a pesar de los miles de argumentos en contra y del
mundo en general -.
Nunca
se había sentido tan vacía. Nunca había deseado ser otra persona
como en ese momento.
Cierra
los ojos y cuando vuelve a abrirlos Javier está aún más cerca, su
aliento roza la punta de su nariz.
-
Eres un gilipollas.
Pero
Javier no levanta la voz, no rechista. Ningún tú no eres
mucho mejor persona que yo sale de sus
labios. No le dirige una sola mirada de reproche y ni una frase
conciliadora. Tampoco ese lo hacía por ti, para olvidarte
aunque sólo sea un poco que Matilde lleva esperando desde
que se sentó en aquella cafetería.
Javier
agacha la cabeza y no es capaz de sostenerle la mirada más de cinco
segundos. Y eso le toca la fibra sensible, despierta toda esa emoción
que Matilde ha estado intentando controlar.
Tiene
ganas de abofetearle, de clavar las uñas en sus hombros y sacudirle
hasta hacerle entrar en razón. Tiene ganas de hacer que levante la
cabeza y obligarle a que la diga que la quiere a su lado.
Se
aparta un mechón de la cara, se cuelga el bolso al hombro y se
detiene en el marco de la puerta.
-
No significó nada. Fue una tontería - oye a lo lejos.
Quiere
decirle que no le importa, que no tiene que darle explicaciones porque ha roto el vínculo existente entre ellos. Quiere correr y desaparecer.
-
Ya, una tontería como la que tienes conmigo, ¿no?
Entonces
Javier sonríe de medio lado y un tono divertido asoma por la
comisura de sus labios.
-
Tú eres más importante.
No
es eso lo que quiere oír. Quiere sinceridad, quiere que tenga el
valor para decirle lo que le ha dicho tantas otras veces. Quiere
un te quiero, quédate conmigo con todas las letras.
Pero
sabe que ese no es su estilo. Javier es un cúmulo de ideas
inagotables y hechos que demuestran palabras que no se atreve a
decir.
Pero
para Matilde no es suficiente.
Frunce
los labios y se da media vuelta con una sola palabra martilleando en
las sienes. Cobarde.
Javier,
eres un jodido cobarde.
Pero
no se lo dice y se aleja de la cafetería porque – para que
engañarse – ella también lo ha sido. Y lo es.
Cobardes.
En plural.
Y
con esta escena doy por terminada la historia de Matilde y Javier.
Volveré, tranquilos. Aún tengo que pensar si mantengo a los
protagonistas – al menos sus nombres - o si me invento a otros
nuevos. La idea es hacer un todo más coherente, personajes con una
personalidad más definida y escenas lógicas y consecuentes, con una
vinculación interna. He cogido mucho cariño a Paloma, y Javier me
ha robado rápidamente el corazón, pero no descarto buscar nuevos
nombres - ¿Miguel? ¿Cayetana? - y nuevas identidades. Que triste
vivir siempre en los sueños.
De
vez en cuando hay que hacer una pausa y contemplarse a sí mismo sin
la fruición cotidiana. Examinar el pasado, rubro por rubro, etapa
por etapa, baldosa por baldosa y no llorarse las mentiras sino
cantarse las verdades.
Mario
Benedetti
Pepita Pérez
No
te derrumbes, no sepas lo que pasa ni lo que ocurre.
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