domingo, 27 de octubre de 2013

Cobardes.

Permanece sentada en su silla con los hombros caídos y la mirada perdida. El pelo rubio le cae sobre la cara, tapando sus ojos marrones.
- Matilde.
La voz de Javier es un susurro ronco que se cuela en su oído, serpentea en su garganta y araña algo en su interior. Se sale completamente de su control.
Tirando de cinismo finge no haberle escuchado y recoge sus cosas. Ambos saben que es perfectamente consciente de que su brazo está rozando levemente su espalda.
- Matilde.
Está cansada de tanta palabrería. La rabia se agolpa en su pecho, forma un torbellino confuso de sentimientos que no es capaz de describir y se entremezcla con algo más profundo.
- Déjame en paz.
Esa no parece su voz. Juraría que la última vez sonaba más segura, menos ahogada en llanto.
Ella, que nunca le había abierto las puertas de su corazón a nadie. Ella, que siempre ha presumido de entereza y dignidad. Ella, que está enamorada de él - a pesar de los miles de argumentos en contra y del mundo en general -.
Nunca se había sentido tan vacía. Nunca había deseado ser otra persona como en ese momento.
Cierra los ojos y cuando vuelve a abrirlos Javier está aún más cerca, su aliento roza la punta de su nariz.
- Eres un gilipollas.
Pero Javier no levanta la voz, no rechista. Ningún tú no eres mucho mejor persona que yo sale de sus labios. No le dirige una sola mirada de reproche y ni una frase conciliadora. Tampoco ese lo hacía por ti, para olvidarte aunque sólo sea un poco que Matilde lleva esperando desde que se sentó en aquella cafetería.
Javier agacha la cabeza y no es capaz de sostenerle la mirada más de cinco segundos. Y eso le toca la fibra sensible, despierta toda esa emoción que Matilde ha estado intentando controlar.
Tiene ganas de abofetearle, de clavar las uñas en sus hombros y sacudirle hasta hacerle entrar en razón. Tiene ganas de hacer que levante la cabeza y obligarle a que la diga que la quiere a su lado.
Se aparta un mechón de la cara, se cuelga el bolso al hombro y se detiene en el marco de la puerta.
- No significó nada. Fue una tontería - oye a lo lejos. 
Quiere decirle que no le importa, que no tiene que darle explicaciones porque ha roto el vínculo existente entre ellos. Quiere correr y desaparecer.
- Ya, una tontería como la que tienes conmigo, ¿no?
Entonces Javier sonríe de medio lado y un tono divertido asoma por la comisura de sus labios.
- Tú eres más importante.
No es eso lo que quiere oír. Quiere sinceridad, quiere que tenga el valor para decirle lo que le ha dicho tantas otras veces. Quiere un te quiero, quédate conmigo con todas las letras.
Pero sabe que ese no es su estilo. Javier es un cúmulo de ideas inagotables y hechos que demuestran palabras que no se atreve a decir.
Pero para Matilde no es suficiente.
Frunce los labios y se da media vuelta con una sola palabra martilleando en las sienes. Cobarde.
Javier, eres un jodido cobarde.
Pero no se lo dice y se aleja de la cafetería porque – para que engañarse – ella también lo ha sido. Y lo es.
Cobardes. En plural. 


Y con esta escena doy por terminada la historia de Matilde y Javier. Volveré, tranquilos. Aún tengo que pensar si mantengo a los protagonistas – al menos sus nombres - o si me invento a otros nuevos. La idea es hacer un todo más coherente, personajes con una personalidad más definida y escenas lógicas y consecuentes, con una vinculación interna. He cogido mucho cariño a Paloma, y Javier me ha robado rápidamente el corazón, pero no descarto buscar nuevos nombres - ¿Miguel? ¿Cayetana? - y nuevas identidades. Que triste vivir siempre en los sueños.

De vez en cuando hay que hacer una pausa y contemplarse a sí mismo sin la fruición cotidiana. Examinar el pasado, rubro por rubro, etapa por etapa, baldosa por baldosa y no llorarse las mentiras sino cantarse las verdades.
Mario Benedetti


Pepita Pérez


No te derrumbes, no sepas lo que pasa ni lo que ocurre.

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