lunes, 4 de noviembre de 2013

Jaime.

Se que tendría que estar leyendo a Schmitt, haciendo un ensayo sobre la democracia deliberativa o intentando comprender a Nietzche. Pero siendo sincera, ni Schmitt logra captar mi atención, la democracia deliberativa me aburre de sobremanera y a Nietzche lo dejé hace varios días por imposible. Lo que ocupa mi cabeza ahora es ver como eruditos en lengua castellana, expertos en literatura y grandes catedráticos – o eso se hacen llamar - reducen la capacidad creativa de Jaime Gil de Biedma a su condición homosexual y al ambiente burgués del que a pronta edad se rebela. No te enfades papá, pero me recuerdan a ti cuando citas a Tchaikosky. Hablan de genialidad y maestría a la hora de conjugar el lenguaje literario con el corriente, enalteciendo un estilo rompedor tremendamente personal y único. Y me fastidia – hablemos claro, me sienta peor que una patada en el estómago - porque a la única conclusión a la que puedo llegar es que serán todo lo eruditos que ellos quieran, estarán muy formados y sabrán distinguir rápidamente una metáfora de una sinestesia, pero no han comprendido ni un poquito si quiera - que triste señores - la poesía de Jaime Gil de Biedma. Que si, será sexual, sensual, pornográfica incluso; pero real, sentida y fruto de la experiencia, el dolor y la decepción. No puedo sino sentir lástima por ellos y reírme de sus escritos, de sus análisis formales y sus patéticas interpretaciones. Porque a estas horas de la noche - noche memorable de rara comunión con la botella, como dice el poema – no se me ocurre mejor plan que rendirme ante su antología. Jaime, agotemos el tema de la vida.
Y para ti, amor mío, que no te nombro - que no me hace falta nombrarte -, esta y tantas otras noches, Pandémica y celeste.




Pepita Pérez.
Esta noche, Marina Sánchez.

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