Se
que tendría que estar leyendo a Schmitt, haciendo un ensayo sobre la
democracia deliberativa o intentando comprender a Nietzche. Pero
siendo sincera, ni Schmitt logra captar mi atención, la democracia
deliberativa me aburre de sobremanera y a Nietzche lo dejé hace
varios días por imposible. Lo que ocupa mi cabeza ahora es ver como
eruditos en lengua castellana, expertos en literatura y grandes
catedráticos – o eso se hacen llamar - reducen la
capacidad creativa de Jaime Gil de Biedma a su condición homosexual
y al ambiente burgués del que a pronta edad se rebela. No te enfades
papá, pero me recuerdan a ti cuando citas a Tchaikosky. Hablan de
genialidad y maestría a la hora de conjugar el lenguaje literario con
el corriente, enalteciendo un estilo rompedor tremendamente personal
y único. Y me fastidia – hablemos claro, me sienta peor
que una patada en el estómago - porque a la única
conclusión a la que puedo llegar es que serán todo lo eruditos que
ellos quieran, estarán muy formados y sabrán distinguir rápidamente
una metáfora de una sinestesia, pero no han comprendido ni un
poquito si quiera - que triste señores - la poesía
de Jaime Gil de Biedma. Que si, será sexual, sensual, pornográfica
incluso; pero real, sentida y fruto de la experiencia, el dolor y la
decepción. No puedo sino sentir lástima por ellos y reírme de sus
escritos, de sus análisis formales y sus patéticas
interpretaciones. Porque a estas horas de la noche - noche
memorable de rara comunión con la botella, como
dice el poema – no se me ocurre mejor plan que rendirme ante
su antología. Jaime, agotemos el
tema de la vida.
Y
para ti, amor mío, que no te nombro - que no me
hace falta nombrarte -, esta y tantas otras
noches, Pandémica y celeste.
Pepita
Pérez.
Esta
noche, Marina Sánchez.
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