jueves, 24 de octubre de 2013

Escenas sueltas.

Han pasado tres meses. Tres meses, cuatro semanas y dos días desde la primera vez que se vieron. Tres meses viéndose día sí y día también, tres meses disfrutando de su compañía en esa apartada mesa.
- ¿Me estás escuchando? - pregunta la chica. Javier lleva ausente toda la mañana, o al menos desde que ella puso el primer pie dentro de la cafetería -. ¿Javier?
Asiente con la cabeza bruscamente y mira por el gran ventanal.
- ¿Sabes que el otro día...? - comenta ella con voz sedante. Su voz es un bálsamo. Han pasado tres meses y su voz sigue calmando sus penas, aliviando el recuerdo de sus pesadillas y redimiendo sus torturas nocturnas.
Javier nunca sabrá – ni en ese momento ni nunca – lo que pasó el otro día. Encuentra demasiado fascinante contemplarla. Sus lunares, el brillo de sus ojos, sus estrambóticos gestos y esa mancha de café junto al labio. Por un momento – sólo un segundo, no se permite más – la idea de limpiarsela con sus propios labios cruza por su mente, pero sabe – porque lo sabe – que sería un error, un error en toda regla, un error que jamás se permitiría.
- Bueno - suspira la chica poniéndose en pie y cogiendo su bolso -. Me tengo que ir.
Javier frunce el ceño mientra fija su vista en su reloj de pulsera, no ha pasado si quiera media hora desde que llegó y ya decide irse.
- ¿No vas a preguntarme a donde voy?
Javier se limita a coger un azucarillo y dejarlo caer sobre su café. De pronto está terriblemente malhumorado. No sabe por qué - o sí lo sabe y se niega a aceptarlo - .
- No – murmura él. Quiere desaparecer, o que desaparezca ella. Que se vaya y que le deje solo. Necesita pensar.
Ella vuelve a suspirar y se afianza mejor el bolso al hombro. Da media vuelta sobre sus talones y cuando Javier está convencido de que saldrá por la puerta, se queda parada.
- He quedado - susurra -. Con un chico.
Algo dentro de Javier se rompe. Tiene una cita con un chico. Un hombre. Le ha sustituido, a él. A él, que no tiene nada que dar, nada que ofrecer.
- ¿Es una cita? - Pregunta con voz ronca, más ronca de lo normal. Necesita saberlo, lo necesita para poder continuar.
- Si - murmura sin volverse.
Y el no atina más que a coger su abrigo a toda prisa y a salir como alma que lleva el diablo de la cafetería. No quiere escuchar, no quiere hablar, ni siquiera quiere pensar. Mientras mete el brazo furiosamente por la manga de su abrigo negro se pregunta por qué. ¿Por qué ella ha tenido que hacerlo? ¿No podía reservarse sólo para él?
- ¡Javier! - Escucha, pero ni si quiera se vuelve, sabe que es ella -. ¡Javier! - Vuelve a oír su voz mientras.
De pronto siente su tibia mano agarrándole. No sabe en qué momento ha llegado junto a él, pero la mano de la chica está caliente en comparación con la suya propia, y un escalofrío le recorre la espina dorsal. Es una carga electrizante, lo más inocente y al mismo tiempo más enardecedor que ha sentido jamás.
- Javier. - susurra ella a su espalda.
Y el lentamente se gira.
Y es un segundo, un segundo lo que tiene Javier para pensar y cavilar, porque sus propios labios están siendo cubiertos por los de la chica. Le está besando. Ella, que se acercó a él sin importar el precio a pagar, aguantando su mal humor, sus silencios obligados. Matilde le está besando como si la vida dependiese de ello.
- No llegues tarde mañana – susurra ella cuando se separan. Le sonríe.
Y el no tiene ninguna intención de llegar tarde mañana, ni al otro, ni al otro, ni al otro...

Pepita Pérez.
A secas.

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