domingo, 6 de octubre de 2013

Delitos y faltas.

Tranquilos, esta noche no voy a comentar los maravillosos y geniales guiones de Woody Allen ni alabar su genuino sentido del humor. Más que nada porque su sentido del humor no me gusta y sus guiones me parecen pedantes y repetitivos. Hablemos claro, el tipo en cuestión peca de ególatra y pretencioso. Sus personajes nunca son principales, pero si decisivos en el desarrollo y nudo de la película. Todo el peso de la historia recae al final sobre sus espaldas, disimulando su naturaleza creída y nada humilde – Woody, eres un moderno de mucho cuidado - y el afán de llamar la atención bajo una vida corriente y fracasada envuelta en papel de regalo sumamente intelectual. Y es que es así, tanto Delitos y faltas como toda su biografía se puede clasificar en esta categoría... Aún así, esta película me parece una putada. Y de lo gran putada que es, una pequeña maravilla: jamás he visto a Woody tan lúcido y amargo, tanto que duele.
El argumento es sencillo, dos historias más o menos dependientes discurren paralelas concluyendo al final del film en uno de los desenlaces más brillantes y demoledores de toda la filmografía del gafapasta neoyorkino. Mientras que un genial Landau interpreta a un ricachón y bienavenido judío que se encuentra de golpe con la duda – duda ética, existencial, el complejo concepto del éxito y el fracaso y la diferencia entre el bien y el mal – Allen es un incomprendido director de cine - ¡qué gracioso, cómo en la vida real! - que se enfrenta a una serie de desengaños sociales: su mujer, su cuñado y una extraña y cambiante Mia Farrow.
La cara amable de la vida, representada por Allen - quien como siempre pone el componente cómico - se enfrenta nuevamente a la más asquerosa y despiadada. Judha se encuentra solo con el agobio y el remordimiento, haciendo frente a los recuerdos de niñez sobre las firmes creencias religiosas de su padre. A solas con la agonía existencial y el escepticismo que alimentó una tía nihilista que constituye uno de los mejores aciertos de toda la película.
Puede que Delitos y faltas no sea la mejor película de Allen en imagen y fotografía, pero la trama y, sobre todo, el contenido ético, crítico, religioso y filosófico es estupendo. Los límites entre el hombre, el cinéfilo, el director y el creador de nuevo se confunden para darnos cine de altura revestido de entretenimiento; una tragicomedia que hará las delicias de los amantes de su particular universo. Y es que Allen se muestra igual de cínico y nihilista que siempre, sobre todo cuando toca hablar de religión. El brillante final es un discurso sobre las decisiones de la vida, sobre las elecciones morales que se vincula de manera directa con la felicidad, de lo fácil que es encontrarla en las cosas más sencillas y de lo difícil que es conservarla.
Delitos y faltas es una maravilla autobiográfica, perfectamente hilada y compleja. Allen nos introduce poco a poco en el mundo complicado que es la redención, presentandonos en la conversación final entre ambos protagonistas lo que será su futura película, match point. Es que manda cojones, hombre de Dios, que tengas que copiarte a ti mismo... En cualquier caso, no pierde su tono irónico, ridiculizando los estamentos más simples y superfluos de la sociedad, las capas más horteras – por llamarlas de alguna manera - que – ¡fijate tu que casualidad! – siempre coinciden con las instancias más altas del poder económico.
Supongo que ahora tendría que hablar del planteamiento filosófico que Woody Allen plantea en la película, pero siendo sinceros no tengo la cabeza lo suficientemente bien organizada para enfrentarme al tema. Maldito gafapasta, que bien se te da plantear interrogantes y dejarlos sin solución... Recuerdo un poema de Ángel que venía a decir que sin nadie a quien culpar la vida es imposible. No se si Dios existe, de la misma manera que tampoco se si creo en él, pero la existencia de Dios como mero ente redentor y culpable de nuestro destino me aterra. Si Dios existe tiene que ser para algo más, una garantía de felicidad terrena que permita explicar los interrogantes más básicos, principio y fin de todo lo demás. Dios como medio explicativo, nunca dominante o humillador.
Supongo entonces que Allen tendrá razón al afirmar que somos nosotros y las decisiones que tomamos las que dan forma y sentido a nuestro universo, pero la oración tampoco me convence del todo. Nuestras decisiones nunca son del todo nuestras, a veces vienen impuestas, otras, simplemente, nos sometemos a las decisiones que otros toman por nosotros. No sé, no me creo a la tía nihilista, la vida material y dependiente únicamente de uno mismo es imposible, pero el padre de Judah tampoco me parece convincente. ¿Cuál es la solución, Woody? ¿Qué propones tú? ¿Volvernos monstruos amorales? ¿Salirnos del contrato social? ¿Creer en un Dios eterno que nos redima? El suicidio del profesor Levy es la clave...
Lo que también me parece una putada es el personaje de Mia Farrow y su historia de amor tan particular con el cuñado de Allen. Forzaste demasiado la máquina Woody, esta historia no termina de ser del todo convincente, aunque es igualmente dolorosa.
Está claro, de perdedores va la cosa... Ojalá los finales tristes fueran solo de las películas. Maravilloso, por cierto, la conexión de escenas a través de los grandes clásicos del cine. Serás todo lo ególatra y pedante que tu quieras, Woody, pero eres un genio.


**

Opción 1.
Mañana ponen Delitos y faltas en el cine. ¿Te vienes a verla? Como amigos, o como lo que sea... Tengo, no se, ganas de verte y de hablar contigo.
Opción 2.
¿Te vienes a ver al cine Delitos y faltas? Ya nos preocuparemos de lo demás más tarde, pero me apetece verla contigo.
Opción 3.
Mañana. Delitos y faltas. ¿Qué me dices?
Opción 4.
¿Qué tal Javier? Supongo que te sorprenderá mi mensaje, pero ponen mañana Delitos y faltas en el cine, y no sé, había pensado que podríamos ir a verla juntos. Como lo que sea... Me haría ilusión verla y comentarla contigo.

Esto es de locos, pensó. Matilde tiró el teléfono sobre la mesa y se hizo un ovillo sobre la silla, apoyando su cabeza sobre las rodilla. No podía permitirse momentos de debilidad como este. La conciencia pesaba tanto...


Pepita Pérez.


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