Tranquilos,
esta noche no voy a comentar los maravillosos y geniales guiones
de Woody Allen ni alabar su genuino sentido del
humor. Más que nada porque su sentido del humor no me gusta y sus
guiones me parecen pedantes y repetitivos. Hablemos claro, el tipo en
cuestión peca de ególatra y pretencioso. Sus personajes nunca son
principales, pero si decisivos en el desarrollo y nudo de la
película. Todo el peso de la historia recae al final sobre sus
espaldas, disimulando su naturaleza creída y nada humilde – Woody,
eres un moderno de mucho cuidado - y el afán de llamar la atención
bajo una vida corriente y fracasada envuelta en papel de regalo
sumamente intelectual. Y es que es así, tanto Delitos y faltas como
toda su biografía se puede clasificar en esta categoría... Aún
así, esta película me parece una putada. Y de lo gran putada que
es, una pequeña maravilla: jamás he visto a Woody tan lúcido y
amargo, tanto que duele.
El
argumento es sencillo, dos historias más o menos dependientes
discurren paralelas concluyendo al final del film en uno de los
desenlaces más brillantes y demoledores de toda la filmografía del
gafapasta neoyorkino. Mientras que un genial Landau interpreta a un
ricachón y bienavenido judío que se encuentra de golpe con la duda
– duda ética, existencial, el complejo concepto del éxito y el
fracaso y la diferencia entre el bien y el mal – Allen es un
incomprendido director de cine - ¡qué gracioso, cómo en la vida
real! - que se enfrenta a una serie de desengaños sociales: su
mujer, su cuñado y una extraña y cambiante Mia Farrow.
La
cara amable de la vida, representada por Allen - quien como siempre
pone el componente cómico - se enfrenta nuevamente a la más
asquerosa y despiadada. Judha se encuentra solo con el agobio y el
remordimiento, haciendo frente a los recuerdos de niñez sobre las
firmes creencias religiosas de su padre. A solas con la agonía
existencial y el escepticismo que alimentó una tía nihilista que
constituye uno de los mejores aciertos de toda la película.
Puede
que Delitos y faltas no sea la mejor película de Allen en imagen y
fotografía, pero la trama y, sobre todo, el contenido ético,
crítico, religioso y filosófico es estupendo. Los límites entre el
hombre, el cinéfilo, el director y el creador de nuevo se confunden
para darnos cine de altura revestido de entretenimiento; una
tragicomedia que hará las delicias de los amantes de su particular
universo. Y es que Allen se muestra igual de cínico y nihilista que
siempre, sobre todo cuando toca hablar de religión. El brillante
final es un discurso sobre las decisiones de la vida, sobre las
elecciones morales que se vincula de manera directa con la felicidad,
de lo fácil que es encontrarla en las cosas más sencillas y de lo
difícil que es conservarla.
Delitos
y faltas es una maravilla autobiográfica, perfectamente hilada y
compleja. Allen nos introduce poco a poco en el mundo complicado que
es la redención, presentandonos en la conversación final entre
ambos protagonistas lo que será su futura película, match point. Es
que manda cojones, hombre de Dios, que tengas que copiarte a ti
mismo... En cualquier caso, no pierde su tono irónico, ridiculizando
los estamentos más simples y superfluos de la sociedad, las capas
más horteras – por llamarlas de alguna manera - que – ¡fijate
tu que casualidad! – siempre coinciden con las instancias más
altas del poder económico.
Supongo
que ahora tendría que hablar del planteamiento filosófico que Woody
Allen plantea en la película, pero siendo sinceros no tengo la
cabeza lo suficientemente bien organizada para enfrentarme al tema.
Maldito gafapasta, que bien se te da plantear interrogantes y
dejarlos sin solución... Recuerdo un poema de Ángel que venía a
decir que sin nadie a quien culpar la vida es imposible. No se si
Dios existe, de la misma manera que tampoco se si creo en él, pero
la existencia de Dios como mero ente redentor y culpable de nuestro
destino me aterra. Si Dios existe tiene que ser para algo más, una
garantía de felicidad terrena que permita explicar los interrogantes
más básicos, principio y fin de todo lo demás. Dios como medio
explicativo, nunca dominante o humillador.
Supongo
entonces que Allen tendrá razón al afirmar que somos nosotros y las
decisiones que tomamos las que dan forma y sentido a nuestro
universo, pero la oración tampoco me convence del todo. Nuestras
decisiones nunca son del todo nuestras, a veces vienen impuestas,
otras, simplemente, nos sometemos a las decisiones que otros toman
por nosotros. No sé, no me creo a la tía nihilista, la vida
material y dependiente únicamente de uno mismo es imposible, pero el
padre de Judah tampoco me parece convincente. ¿Cuál es la solución,
Woody? ¿Qué propones tú? ¿Volvernos monstruos amorales? ¿Salirnos
del contrato social? ¿Creer en un Dios eterno que nos redima? El
suicidio del profesor Levy es la clave...
Lo
que también me parece una putada es el personaje de Mia Farrow y su
historia de amor tan particular con el cuñado de Allen. Forzaste
demasiado la máquina Woody, esta historia no termina de ser del todo
convincente, aunque es igualmente dolorosa.
Está
claro, de perdedores va la cosa... Ojalá los finales tristes fueran
solo de las películas. Maravilloso, por cierto, la conexión de
escenas a través de los grandes clásicos del cine. Serás todo lo
ególatra y pedante que tu quieras, Woody, pero eres un genio.
**
Opción
1.
Mañana
ponen Delitos y faltas en el cine. ¿Te vienes a verla? Como amigos,
o como lo que sea... Tengo, no se, ganas de verte y de hablar
contigo.
Opción
2.
¿Te
vienes a ver al cine Delitos y faltas? Ya nos preocuparemos de lo
demás más tarde, pero me apetece verla contigo.
Opción
3.
Mañana.
Delitos y faltas. ¿Qué me dices?
Opción
4.
¿Qué
tal Javier? Supongo que te sorprenderá mi mensaje, pero ponen mañana
Delitos y faltas en el cine, y no sé, había pensado que podríamos
ir a verla juntos. Como lo que sea... Me haría ilusión verla y
comentarla contigo.
Esto
es de locos, pensó. Matilde tiró el teléfono sobre la mesa y
se hizo un ovillo sobre la silla, apoyando su cabeza sobre las
rodilla. No podía permitirse momentos de debilidad como este. La
conciencia pesaba tanto...
Pepita
Pérez.
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