miércoles, 30 de octubre de 2013

Acotaciones.

La vida pasa mientras que los veinticuatro de octubre llamas preciosa a otras. Sabes que tendrías que estar leyendo – mañana tienes examen – pero desistes. Si no entiendes tu propia vida no intentes hacer lo propio con el pensamiento de los demás. Hobbes sigue siendo un misterio.
Te ves sola, como siempre. Tú y tus idilios. Con Ángel, con Jaime, con las puertas de la facultad y contigo. Tu cabeza vuela lejos a un día de mediados de julio en que creías que lo tenías todo. María Miranda volvía a Madrid en septiembre, verías a Julio al día siguiente y a nosotros nos faltaba menos de un año para irnos de aquí. Ahora ya no hay nosotros y no creo que escape nunca de esta ciudad - todo pasó, todo es borroso ahora, dice el poema -. Trescientos sesenta kilómetros entre Pozuelo y Autol y demasiado silencio y ausencia en la capital. Que lo sepas, no tienes ni un poquito de vergüenza. Se acabaron los favoritismos, las debilidades y las preferencias.
Pero de puertas hacia fuera eres fuerte, y mañana te pondrás tacones. Solo la almohada y la terraza conocen tus llantos, y ya son demasiados observadores. De nada sirve repetir tu nombre en silencio. Y ahora fuma, que se haga cenizas el orgullo... ¿Ah, pero que te queda de eso?
Te quiero.


Compartimos silencios y estaciones. Somos un mismo secreto repartido en orillas distintas. Ya creamos un círculo que roza lo mágico lame lo hermético y nace como un gremio para locos incautos que a ciegas pueden traspasar fronteras y asaltan intimidades. 
(Leído en las puertas de la facultad)


Pepita Pérez

domingo, 27 de octubre de 2013

Cobardes.

Permanece sentada en su silla con los hombros caídos y la mirada perdida. El pelo rubio le cae sobre la cara, tapando sus ojos marrones.
- Matilde.
La voz de Javier es un susurro ronco que se cuela en su oído, serpentea en su garganta y araña algo en su interior. Se sale completamente de su control.
Tirando de cinismo finge no haberle escuchado y recoge sus cosas. Ambos saben que es perfectamente consciente de que su brazo está rozando levemente su espalda.
- Matilde.
Está cansada de tanta palabrería. La rabia se agolpa en su pecho, forma un torbellino confuso de sentimientos que no es capaz de describir y se entremezcla con algo más profundo.
- Déjame en paz.
Esa no parece su voz. Juraría que la última vez sonaba más segura, menos ahogada en llanto.
Ella, que nunca le había abierto las puertas de su corazón a nadie. Ella, que siempre ha presumido de entereza y dignidad. Ella, que está enamorada de él - a pesar de los miles de argumentos en contra y del mundo en general -.
Nunca se había sentido tan vacía. Nunca había deseado ser otra persona como en ese momento.
Cierra los ojos y cuando vuelve a abrirlos Javier está aún más cerca, su aliento roza la punta de su nariz.
- Eres un gilipollas.
Pero Javier no levanta la voz, no rechista. Ningún tú no eres mucho mejor persona que yo sale de sus labios. No le dirige una sola mirada de reproche y ni una frase conciliadora. Tampoco ese lo hacía por ti, para olvidarte aunque sólo sea un poco que Matilde lleva esperando desde que se sentó en aquella cafetería.
Javier agacha la cabeza y no es capaz de sostenerle la mirada más de cinco segundos. Y eso le toca la fibra sensible, despierta toda esa emoción que Matilde ha estado intentando controlar.
Tiene ganas de abofetearle, de clavar las uñas en sus hombros y sacudirle hasta hacerle entrar en razón. Tiene ganas de hacer que levante la cabeza y obligarle a que la diga que la quiere a su lado.
Se aparta un mechón de la cara, se cuelga el bolso al hombro y se detiene en el marco de la puerta.
- No significó nada. Fue una tontería - oye a lo lejos. 
Quiere decirle que no le importa, que no tiene que darle explicaciones porque ha roto el vínculo existente entre ellos. Quiere correr y desaparecer.
- Ya, una tontería como la que tienes conmigo, ¿no?
Entonces Javier sonríe de medio lado y un tono divertido asoma por la comisura de sus labios.
- Tú eres más importante.
No es eso lo que quiere oír. Quiere sinceridad, quiere que tenga el valor para decirle lo que le ha dicho tantas otras veces. Quiere un te quiero, quédate conmigo con todas las letras.
Pero sabe que ese no es su estilo. Javier es un cúmulo de ideas inagotables y hechos que demuestran palabras que no se atreve a decir.
Pero para Matilde no es suficiente.
Frunce los labios y se da media vuelta con una sola palabra martilleando en las sienes. Cobarde.
Javier, eres un jodido cobarde.
Pero no se lo dice y se aleja de la cafetería porque – para que engañarse – ella también lo ha sido. Y lo es.
Cobardes. En plural. 


Y con esta escena doy por terminada la historia de Matilde y Javier. Volveré, tranquilos. Aún tengo que pensar si mantengo a los protagonistas – al menos sus nombres - o si me invento a otros nuevos. La idea es hacer un todo más coherente, personajes con una personalidad más definida y escenas lógicas y consecuentes, con una vinculación interna. He cogido mucho cariño a Paloma, y Javier me ha robado rápidamente el corazón, pero no descarto buscar nuevos nombres - ¿Miguel? ¿Cayetana? - y nuevas identidades. Que triste vivir siempre en los sueños.

De vez en cuando hay que hacer una pausa y contemplarse a sí mismo sin la fruición cotidiana. Examinar el pasado, rubro por rubro, etapa por etapa, baldosa por baldosa y no llorarse las mentiras sino cantarse las verdades.
Mario Benedetti


Pepita Pérez


No te derrumbes, no sepas lo que pasa ni lo que ocurre.

jueves, 24 de octubre de 2013

Ch. B.

Comienzas a escribir con una intención, luego las palabras fluyen y el texto final adquiere otras dimensiones que nada tienen que ver con las predisposiciones iniciales. Esto ha surgido en un ratito, un jueves cualquiera de una semana que no merece ser recordada. Espero que disfrutéis leyéndolo tanto como yo escribiéndolo.


Charles Baudelaire es un estado de ánimo. Decía Octavio Paz que cada poema es una lectura de la realidad, y que esa lectura es una traducción, y esa traducción una escritura, un volver a cifrar la realidad que se descifra. Y no puede tener más razón, en cada poema hay un trozo de una realidad que el poeta prefiere esconder pero que su corazón ansía gritar.

Reaccionando contra el realismo y su evolución lógica, el naturalismo, el simbolismo exaltó la espiritualidad, la imaginación y los sueños. La búsqueda desesperada del ideal y la posterior caída en el spleen constituyó el principal motivo por el que alguno de los primeros textos simbolistas fueron prohibidos y censurados. Su lenguaje es claro y sincero, llegándose a considerar en un primer momento oscuro e inmoral.

Si bien Rubén Darío prefiere esconderse en torres de marfil que dan cobijo a princesas, príncipes y poetas modernistas (La torre de marfil tentó mi anhelo, / quise encerrarme dentro de mí mismo / y tuve hambre de espacio y sed de cielo / desde las sombras de mi propio abismo), Baudelaire se compara con un feo y grotesco albatros (El Poeta es igual a este señor del nublo, / que habita la tormenta y ríe del ballestero. / Exiliado en la tierra, sufriendo el griterío, / sus alas de gigante le impiden caminar). Ambos poetas coinciden en lo desgraciado de la vida: el artista debe vivir en el mundo infame de los hombres, castigo tanto más injusto y cruel en cuanto que tiene conciencia del estado deplorable del mundo real. Rechazados por la sociedad industrial del siglo XIX e imposibilitados en sus aspiraciones a la felicidad, Darío y el genio francés quedan condenados a errar en el vacío, entre la realidad y la ficción: Detrás de los hastíos y los hondos pesares / que abruman con su peso la neblinosa vida, /¡feliz aquel que puede con brioso aleteo / lanzarse hacia los campos luminosos y calmos! / Aquel cuyas ideas, cual si fueran alondras, / levantan hacia el cielo matutino su vuelo / -¡que planea sobre todo, y sabe sin esfuerzo, / la lengua de las flores y de las cosas mudas!

La condición del poeta, víctima de sus propio estado de persona hipersensible del que no puede huir, es la imagen misma del spleen, única alternativa que puede conocer el hombre que ha pecado de humanidad (Nada puede distraerle, ni caza, ni halcón / ni su pueblo muriendo ante su balcón). En el poema La Destrucción adquieren sentido mis palabras: Lejos de la mirada de Dios así me lleva, / jadeante y deshecho por la fatiga, al centro/ de las hondas y solas planicies del Hastío. / Y arroja ante mis ojos, de confusión repletos, / vestiduras manchadas y entreabiertas heridas, / ¡y el sangriento aparato que en la Destrucción vive!

Pero esto es solo una introducción, hoy quería proponeros el análisis de un poema en concreto. Las Flores del Mal arrancan con un poema claro y preciso en el que Baudelaire pone – si me permitís la expresión – toda la carne en el asador: Afanan nuestras almas, nuestros cuerpos socavan / la mezquindad, la culpa, la estulticia, el error. El hombre es consciente de su realidad y su incapacidad para cambiar su triste condición, por lo que no puede sino abandonarse al spleen, a una renuncia total a la participación en la vida: Y, como los mendigos alimentan sus piojos, / nuestros remordimientos, complacientes nutrimos. / tercos en los pecados, laxos en los propósitos, / con creces nos hacemos pagar lo confesado / y tornamos alegres al lodoso camino / creyendo, en viles lágrimas, enjugar nuestras faltas. Condenado por los hombres y por ese Dios que no le escucha, el poeta rechaza abiertamente la sociedad y se inclina hacia el mal: En la almohada del mal, es Satán Trimegisto / quien con paciencia acuna nuestro arrobado espíritu / y el precioso metal de nuestra voluntad / integro se evapora por obra de ese alquímico.

Pero su satanismo, su aparente lujuria (Lo trago y noto cómo abrasa mis pulmones / de un deseo llenándolos culpable e infinito. / Toma, a veces, pues sabe de mi amor por el Arte, / de la más seductora mujer las apariencias, / y acudiendo a especiosos pretextos de adulón / mis labios acostumbra a filtros depravados) y su gusto macabro no son más que las transparencias de su fe, de su amor por la pureza, de su amor por la vida. ¡El diablo es quién maneja los hilos que nos mueven! / A los objetos sórdidos les hallamos encanto / e, impávidos, rodeados de tinieblas hediondas, / bajamos hacia el Orco un diario escalón.

Baudelaire eleva la poesía hasta un plano vital y trascendente. La conciencia de decadencia se convierte en el estandarte de la poesía vital: Denso y hormigueante, como un millón de helmintos, / un pueblo de demonios danza en nuestras cabezas / y cuando respiramos, la Muerte, en los pulmones / desciende, río invisible, con apagado llanto. La moral se separa entonces de lo estéticamente bello y lo preestablecido, representando la aspiración del alma humana a la Belleza Superior, alejada completamente de cualquier ánimo didáctico. La naturaleza es para el poeta una fuente primordial de símbolos, signos e imágenes, pues le permiten acceder a la gran unidad del Todo. Lo dice el propio Baudelaire; mais si l' imagination...

Si el veneno, el puñal, el incendio, el estupro, / no adornaron aún con sus raros dibujos / el banal cañamazo de nuestra pobre suerte / es porque nuestro espíritu no fue bastante osado. / Más, entre los chacales, las panteras, los linces, / los simios, las serpientes, escorpiones y buitres, / los aulladores monstruos, silbantes y rampantes / en la, de nuestros vicios, infernal mezcolanza / ¡hay uno más malvado, más lóbrego e inmundo! Y es aquí donde introduzco a Nietzsche – me he propuesto como plan de futuro comparar el pensamiento del alemán con el del poeta francés a partir de la interpretación de los textos – y su definición del nihilismo. El nihilismo es, entonces, la consciencia de un largo despilfarro de fuerzas, la tortura del en vano, la inseguridad, la falta de oportunidad para rehacerse de alguna manera, de tranquilizarse todavía con cualquier cosa; la vergüenza de sí mismo, como si uno se hubiera mentido a sí mismo demasiado tiempo. Y el pobre Baudelaire lo tiene claro: ¡Es el Tedio! - Anegado de un llanto involuntario, / imagina cadalsos, mientras fuma su yerba. / Lector, tú bien conoces al delicado monstruo, / - ¡hipócrita lector – mi prójimo – mi hermano!

Charles Baudelaire reivindica el pecado como verdadera naturaleza humana, rechazando los falsos remordimientos y la pureza de la conciencia. En el ser humano es inevitable: vence el tedio de ser lo que somos. 

Pepita Pérez.
Cuando no eres nadie.


Escenas sueltas.

Han pasado tres meses. Tres meses, cuatro semanas y dos días desde la primera vez que se vieron. Tres meses viéndose día sí y día también, tres meses disfrutando de su compañía en esa apartada mesa.
- ¿Me estás escuchando? - pregunta la chica. Javier lleva ausente toda la mañana, o al menos desde que ella puso el primer pie dentro de la cafetería -. ¿Javier?
Asiente con la cabeza bruscamente y mira por el gran ventanal.
- ¿Sabes que el otro día...? - comenta ella con voz sedante. Su voz es un bálsamo. Han pasado tres meses y su voz sigue calmando sus penas, aliviando el recuerdo de sus pesadillas y redimiendo sus torturas nocturnas.
Javier nunca sabrá – ni en ese momento ni nunca – lo que pasó el otro día. Encuentra demasiado fascinante contemplarla. Sus lunares, el brillo de sus ojos, sus estrambóticos gestos y esa mancha de café junto al labio. Por un momento – sólo un segundo, no se permite más – la idea de limpiarsela con sus propios labios cruza por su mente, pero sabe – porque lo sabe – que sería un error, un error en toda regla, un error que jamás se permitiría.
- Bueno - suspira la chica poniéndose en pie y cogiendo su bolso -. Me tengo que ir.
Javier frunce el ceño mientra fija su vista en su reloj de pulsera, no ha pasado si quiera media hora desde que llegó y ya decide irse.
- ¿No vas a preguntarme a donde voy?
Javier se limita a coger un azucarillo y dejarlo caer sobre su café. De pronto está terriblemente malhumorado. No sabe por qué - o sí lo sabe y se niega a aceptarlo - .
- No – murmura él. Quiere desaparecer, o que desaparezca ella. Que se vaya y que le deje solo. Necesita pensar.
Ella vuelve a suspirar y se afianza mejor el bolso al hombro. Da media vuelta sobre sus talones y cuando Javier está convencido de que saldrá por la puerta, se queda parada.
- He quedado - susurra -. Con un chico.
Algo dentro de Javier se rompe. Tiene una cita con un chico. Un hombre. Le ha sustituido, a él. A él, que no tiene nada que dar, nada que ofrecer.
- ¿Es una cita? - Pregunta con voz ronca, más ronca de lo normal. Necesita saberlo, lo necesita para poder continuar.
- Si - murmura sin volverse.
Y el no atina más que a coger su abrigo a toda prisa y a salir como alma que lleva el diablo de la cafetería. No quiere escuchar, no quiere hablar, ni siquiera quiere pensar. Mientras mete el brazo furiosamente por la manga de su abrigo negro se pregunta por qué. ¿Por qué ella ha tenido que hacerlo? ¿No podía reservarse sólo para él?
- ¡Javier! - Escucha, pero ni si quiera se vuelve, sabe que es ella -. ¡Javier! - Vuelve a oír su voz mientras.
De pronto siente su tibia mano agarrándole. No sabe en qué momento ha llegado junto a él, pero la mano de la chica está caliente en comparación con la suya propia, y un escalofrío le recorre la espina dorsal. Es una carga electrizante, lo más inocente y al mismo tiempo más enardecedor que ha sentido jamás.
- Javier. - susurra ella a su espalda.
Y el lentamente se gira.
Y es un segundo, un segundo lo que tiene Javier para pensar y cavilar, porque sus propios labios están siendo cubiertos por los de la chica. Le está besando. Ella, que se acercó a él sin importar el precio a pagar, aguantando su mal humor, sus silencios obligados. Matilde le está besando como si la vida dependiese de ello.
- No llegues tarde mañana – susurra ella cuando se separan. Le sonríe.
Y el no tiene ninguna intención de llegar tarde mañana, ni al otro, ni al otro, ni al otro...

Pepita Pérez.
A secas.

sábado, 19 de octubre de 2013

Acotaciones.

Donde todo pasa y nada llega, donde tú estás lejos y yo cerca (o tú muy cerca de tus manos y yo muy lejos de tus caricias).

Pepita Pérez.

domingo, 6 de octubre de 2013

Delitos y faltas.

Tranquilos, esta noche no voy a comentar los maravillosos y geniales guiones de Woody Allen ni alabar su genuino sentido del humor. Más que nada porque su sentido del humor no me gusta y sus guiones me parecen pedantes y repetitivos. Hablemos claro, el tipo en cuestión peca de ególatra y pretencioso. Sus personajes nunca son principales, pero si decisivos en el desarrollo y nudo de la película. Todo el peso de la historia recae al final sobre sus espaldas, disimulando su naturaleza creída y nada humilde – Woody, eres un moderno de mucho cuidado - y el afán de llamar la atención bajo una vida corriente y fracasada envuelta en papel de regalo sumamente intelectual. Y es que es así, tanto Delitos y faltas como toda su biografía se puede clasificar en esta categoría... Aún así, esta película me parece una putada. Y de lo gran putada que es, una pequeña maravilla: jamás he visto a Woody tan lúcido y amargo, tanto que duele.
El argumento es sencillo, dos historias más o menos dependientes discurren paralelas concluyendo al final del film en uno de los desenlaces más brillantes y demoledores de toda la filmografía del gafapasta neoyorkino. Mientras que un genial Landau interpreta a un ricachón y bienavenido judío que se encuentra de golpe con la duda – duda ética, existencial, el complejo concepto del éxito y el fracaso y la diferencia entre el bien y el mal – Allen es un incomprendido director de cine - ¡qué gracioso, cómo en la vida real! - que se enfrenta a una serie de desengaños sociales: su mujer, su cuñado y una extraña y cambiante Mia Farrow.
La cara amable de la vida, representada por Allen - quien como siempre pone el componente cómico - se enfrenta nuevamente a la más asquerosa y despiadada. Judha se encuentra solo con el agobio y el remordimiento, haciendo frente a los recuerdos de niñez sobre las firmes creencias religiosas de su padre. A solas con la agonía existencial y el escepticismo que alimentó una tía nihilista que constituye uno de los mejores aciertos de toda la película.
Puede que Delitos y faltas no sea la mejor película de Allen en imagen y fotografía, pero la trama y, sobre todo, el contenido ético, crítico, religioso y filosófico es estupendo. Los límites entre el hombre, el cinéfilo, el director y el creador de nuevo se confunden para darnos cine de altura revestido de entretenimiento; una tragicomedia que hará las delicias de los amantes de su particular universo. Y es que Allen se muestra igual de cínico y nihilista que siempre, sobre todo cuando toca hablar de religión. El brillante final es un discurso sobre las decisiones de la vida, sobre las elecciones morales que se vincula de manera directa con la felicidad, de lo fácil que es encontrarla en las cosas más sencillas y de lo difícil que es conservarla.
Delitos y faltas es una maravilla autobiográfica, perfectamente hilada y compleja. Allen nos introduce poco a poco en el mundo complicado que es la redención, presentandonos en la conversación final entre ambos protagonistas lo que será su futura película, match point. Es que manda cojones, hombre de Dios, que tengas que copiarte a ti mismo... En cualquier caso, no pierde su tono irónico, ridiculizando los estamentos más simples y superfluos de la sociedad, las capas más horteras – por llamarlas de alguna manera - que – ¡fijate tu que casualidad! – siempre coinciden con las instancias más altas del poder económico.
Supongo que ahora tendría que hablar del planteamiento filosófico que Woody Allen plantea en la película, pero siendo sinceros no tengo la cabeza lo suficientemente bien organizada para enfrentarme al tema. Maldito gafapasta, que bien se te da plantear interrogantes y dejarlos sin solución... Recuerdo un poema de Ángel que venía a decir que sin nadie a quien culpar la vida es imposible. No se si Dios existe, de la misma manera que tampoco se si creo en él, pero la existencia de Dios como mero ente redentor y culpable de nuestro destino me aterra. Si Dios existe tiene que ser para algo más, una garantía de felicidad terrena que permita explicar los interrogantes más básicos, principio y fin de todo lo demás. Dios como medio explicativo, nunca dominante o humillador.
Supongo entonces que Allen tendrá razón al afirmar que somos nosotros y las decisiones que tomamos las que dan forma y sentido a nuestro universo, pero la oración tampoco me convence del todo. Nuestras decisiones nunca son del todo nuestras, a veces vienen impuestas, otras, simplemente, nos sometemos a las decisiones que otros toman por nosotros. No sé, no me creo a la tía nihilista, la vida material y dependiente únicamente de uno mismo es imposible, pero el padre de Judah tampoco me parece convincente. ¿Cuál es la solución, Woody? ¿Qué propones tú? ¿Volvernos monstruos amorales? ¿Salirnos del contrato social? ¿Creer en un Dios eterno que nos redima? El suicidio del profesor Levy es la clave...
Lo que también me parece una putada es el personaje de Mia Farrow y su historia de amor tan particular con el cuñado de Allen. Forzaste demasiado la máquina Woody, esta historia no termina de ser del todo convincente, aunque es igualmente dolorosa.
Está claro, de perdedores va la cosa... Ojalá los finales tristes fueran solo de las películas. Maravilloso, por cierto, la conexión de escenas a través de los grandes clásicos del cine. Serás todo lo ególatra y pedante que tu quieras, Woody, pero eres un genio.


**

Opción 1.
Mañana ponen Delitos y faltas en el cine. ¿Te vienes a verla? Como amigos, o como lo que sea... Tengo, no se, ganas de verte y de hablar contigo.
Opción 2.
¿Te vienes a ver al cine Delitos y faltas? Ya nos preocuparemos de lo demás más tarde, pero me apetece verla contigo.
Opción 3.
Mañana. Delitos y faltas. ¿Qué me dices?
Opción 4.
¿Qué tal Javier? Supongo que te sorprenderá mi mensaje, pero ponen mañana Delitos y faltas en el cine, y no sé, había pensado que podríamos ir a verla juntos. Como lo que sea... Me haría ilusión verla y comentarla contigo.

Esto es de locos, pensó. Matilde tiró el teléfono sobre la mesa y se hizo un ovillo sobre la silla, apoyando su cabeza sobre las rodilla. No podía permitirse momentos de debilidad como este. La conciencia pesaba tanto...


Pepita Pérez.


sábado, 5 de octubre de 2013

Nombres.

- ¡Matilde!
Mierda. Habría reconocido esa voz en cualquier lugar. Escucho el sonido de una silla moverse enfrente de mi. Cierro el libro con fuerza y lo dejo sobre la mesa.
- ¿Qué quieres, Javier? Y habla bajo, por si no te has enterado estamos en la biblioteca.
- ¿Te he dicho ya que te pones preciosa cuando te enfadas?
- ¿Qué quieres? - digo con seriedad mirándolo fijamente.
- ¡Ah, sí! - susurra mientra busca algo en los bolsillos de la chaqueta. - Mira... He hecho una lista de los nombres que podemos poner a nuestros futuros hijos.
- ¿Desde cuando tú y yo vamos a tener hijos?
- Desde siempre. Once en concreto.
-¿Estás insinuando que voy a tener once hijos? - pregunto con rabia.
- Claro, para nuestro equipo de fútbol personal, querida.
- Nada de querida. Además, ¿en un equipo de fútbol no hay cinco jugadores?
- En fútbol sala si. Además, tiene que haber suplentes. ¿Qué pasaría si uno se lesionara?
- Escúchame, Javier - me enderezo en la silla. No estaba dispuesta a escuchar tonterías. - . No te voy a contestar porque no quiero armar ningún espectáculo aquí. Dime rápido tus estúpidos nombres, cuando antes terminemos antes te perderé de vista...
- Me ofendes... Venga, vamos allá. ¿Te gusta Juan? Le podríamos llamar Jhonny, en tono cariñoso.
- Estás de coña, ¿verdad? ¡Cómo voy a llamar a mi hijo Jhonny!
Tacha el primer nombre de la lista resignado.
- ¿Berta para una de las niñas? —pregunta con las cejas alzadas.
Niego con la cabeza, él sigue tachando.
- Iré un poco más rápido —dice moviendo el lápiz entre sus dedos.
- Por favor. - digo haciéndome una coleta que recoge mi cabello. Esto es desesperante... ¿Es que acaso no puede decir ni uno medio normal?
- Bien... ¿Roberto, Tomás, Maite, Agustín, Leonor?
- No quiero imaginar lo que estabas haciendo mientras escribías esos nombres - digo poniendo los ojos en blanco por unos instantes.
- Será mejor que no lo sepas - dice mientras guiña un ojo descaradamente para después tachar todos los nombres. - ¿Alfonso, Fernando, Lucía...? ¡Javier! ¡Al menos el primero se llamará Javier! - dice mirándome con ojos suplicantes.
Me acerco a él hasta quedar a centímetros de su rostro. Espero unos segundos. Su rostro es épico.
- No.
- Está bien. ¿Quieres guerra? Ahora mismo la tendrás. Y te restregaré por la cara que puedo elegir buenos nombres. ¿Lista? -pregunta con una ceja alzada y con una sonrisa.
- Lista - digo decidida.
- Miguel.
- Miguel - repito pensativa. Me gusta - . Miguel. Mi-guel. Miiii-guel.
- Te gusta. - dice con una expresión que expresa completo triunfo.
Veo que se levanta de la silla y guarda la lista en su bolsillo. Se gira lentamente para mirarme con una sonrisa.
- Bien, nuestro primer hijo se llamará Miguel. Ya pensaremos los de los demás.
Se acerca a mi oído y aparta un mechón de pelo que lo cubre.
- Por cierto, no me has negado lo de tener hijos. Ya sabes lo que quiere decir eso princesa. 

Pépita Pérez.
Victoria. 

viernes, 4 de octubre de 2013

Matilde.

Ayer me compré la antología poética de Borges, una pequeña maravilla en edición de bolsillo que ansiaba desde tiempos inmemoriales. Jorge Luis, inabarcable, resumido por fin en un único tomo. Ni que decir que ha sido un placer reencontrarme con sus versos, más de quinientas páginas que sé que releeré con gusto y placer.
Sé que este post es estúpido y carece completamente de razón y significado, solo quería explicar porque elegí el nombre de Matilde para mi protagonista, muchos de vosotros me lo habeis preguntado. Mi primera opción era Victoria, pero la clara identificación me atemorizaba. Pensé en Jeanne, una prostituta amante de Baudelaire, y Susana, la razón de ser de Ángel González. Pero era muy típico para aquellos que me conocéis, y a la hora de escribir, aunque muchas veces no se puede, lo bueno es mantener cierta distancia. Y busqué y rebusqué, y me encontré con Matilde Urbach, la protagonista de Man with four Lives, de Joyce Cowen, a la que Borges dedica un verso que llega al alma. Podéis imaginar mi sorpresa cuando esta mañana abro mi nuevo ejemplar – tranquilo papá, te devolveré mañana o pasado tus obras completas – y me encuentro con esas mismas líneas: “Yo, que tantos hombres he sido, no he sido nunca aquel en cuyo abrazo desfallecía Matilde Urbach”.
Borges, va por ti.


Pepita Pérez



martes, 1 de octubre de 2013

Principios.

- ¿Perdona, me dejas un folio?
Javier jurará muchos años después que en aquel momento la oscura biblioteca en la que se encontraban se llenó de luz. También dirá que esbozó su mejor sonrisa, incluso que la chica le miró durante varios segundos, perdida en sus ojos verdes. Añadirá que el frío se convirtió en calor y que el suspiro de Matilde resonó en toda la habitación.
Pero la biblioteca seguía tan oscura como siempre, Matilde apenas tiene mayor interés en él que conseguir el folio y el único cambio que se produce en la temperatura es – quizá - el descenso de un grado cuando los alumnos abren y cierran la puerta.
Es cierto que los ojos verdes de Javier y Matilde se encuentran en un solo segundo, un segundo que acaba con un parpadeo y que para el universo dura una vida entera y hace vibrar toda la biblioteca.
- Toma, aquí tienes.
- Gracias.
Javier la observa, la larga melena rubia cae por su espalda hasta el momento en que ella, acalorada, decide atarse los rizos en un moño alto. Y ahí Javier es incapaz de ver nada más aparte de la piel pálida que tiene delante. La curva de su cuello.
Mucha gente dirá que Javier y Matilde se conocieron en el pasillo, que ella necesitaba ayuda con los libros y que él, como buen caballero, le echó un mano. Que ella cayó rendida a sus pies, que la sonrisa del chico la cautivó desde el primer momento. Que nunca existió un amor tan infantil y eterno como el suyo. Pero pocos sabrán que las primeras palabras que cruzaron fueron “folio” y “gracias” en una oscura y fría biblioteca, y que el habitualmente bocazas de Javier se quedó sin palabras mientras Matilde adoptaba una actitud de indiferencia total. 


Pepita Pérez.