A
Alejandra me la presentó Daniel. Me dijo, que como el mío, el suyo
era un corazón desalojado, y que probablemente encontraría consuelo
en sus versos. El pobre chico se equivocó, pues en vez de encontrar
consuelo, ha sido desasosiego. Sus palabras no solo me hablan y me
susurran, sino que expresan eso que muchas veces – por miedo – no
puedo gritar.
¿Y
si nos vamos anticipando
de
sonrisa en sonrisa
hasta
la última esperanza?
¿Y qué?¿Y qué me das a mí,
¿Y qué?¿Y qué me das a mí,
a
mí que he perdido mi nombre,
el
nombre que me era dulce sustancia en épocas remotas,
cuando
yo no era yo sino una niña engañada por su sangre?
¿A qué, a qué
¿A qué, a qué
este
deshacerme, este desangrarme,
este
desplumarme, este desequilibrarme
si
mi realidad retrocede
como
empujada por una ametralladora
y
de pronto se lanza a correr,
aunque
igual la alcanzan,
hasta
que cae a mis pies como un ave muerta?
Quisiera hablar de la vida.
Quisiera hablar de la vida.
Pues
esto es la vida,
este
aullido,
este
clavarse las uñas en el pecho,
este
arrancarse la cabellera a puñados,
este
escupirse a los propios ojos,
sólo
por decir,
sólo
por ver si se puede decir:
"¿es
que yo soy? ¿ verdad que sí?
¿no
es verdad que yo existo
y
no soy la pesadilla de una bestia?".
Y con las manos embarradas
Y con las manos embarradas
golpeamos
a las puertas del amor.
Y
con la conciencia cubierta
de
sucios y hermosos velos,
pedimos
por Dios.
Y
con las sienes restantes
de
imbécil soberbia
tomamos
de la cintura a la vida
y
pateamos de soslayo a la muerte.
Pues esto es lo que hacemos.
Pues esto es lo que hacemos.
Nos
anticipamos de sonrisa en sonrisa
hasta
la última esperanza.
El
alcohol, la droga y la literatura nos evaden de la realidad. La
situación me obliga a ponerme pedante y citar a Mallarmé: “la
perdition fut ma Beatrice”.
Pepita Pérez
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