miércoles, 11 de diciembre de 2013

Alejandra.

A Alejandra me la presentó Daniel. Me dijo, que como el mío, el suyo era un corazón desalojado, y que probablemente encontraría consuelo en sus versos. El pobre chico se equivocó, pues en vez de encontrar consuelo, ha sido desasosiego. Sus palabras no solo me hablan y me susurran, sino que expresan eso que muchas veces – por miedo – no puedo gritar.

¿Y si nos vamos anticipando
de sonrisa en sonrisa
hasta la última esperanza?
¿Y qué?¿Y qué me das a mí,
a mí que he perdido mi nombre,
el nombre que me era dulce sustancia en épocas remotas,
 cuando yo no era yo sino una niña engañada por su sangre?
¿A qué, a qué
este deshacerme, este desangrarme,
este desplumarme, este desequilibrarme 
si mi realidad retrocede 
como empujada por una ametralladora
y de pronto se lanza a correr, 
aunque igual la alcanzan,
hasta que cae a mis pies como un ave muerta?
Quisiera hablar de la vida.
Pues esto es la vida, 
este aullido,
este clavarse las uñas en el pecho, 
este arrancarse la cabellera a puñados, 
este escupirse a los propios ojos, 
sólo por decir,
sólo por ver si se puede decir:
"¿es que yo soy? ¿ verdad que sí?
¿no es verdad que yo existo
y no soy la pesadilla de una bestia?".
Y con las manos embarradas
golpeamos a las puertas del amor.
Y con la conciencia cubierta
de sucios y hermosos velos,
pedimos por Dios.
Y con las sienes restantes
de imbécil soberbia
tomamos de la cintura a la vida
y pateamos de soslayo a la muerte.
Pues esto es lo que hacemos.
Nos anticipamos de sonrisa en sonrisa
hasta la última esperanza.


El alcohol, la droga y la literatura nos evaden de la realidad. La situación me obliga a ponerme pedante y citar a Mallarmé: “la perdition fut ma Beatrice”.

Pepita Pérez

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