Es
un ensayo un tanto abstracto que he escrito para clase, a lo mejor os
interesa.
Siempre
que comienzo este tipo de ensayos temo terminar escribiendo sobre
otras cosas. El texto propuesto para la reflexión es ¿Pueden
unos ciudadanos poco atentos a la política controlar a sus
representantes electos?, de R. Douglas Arnold, y la verdad es que
no se muy bien como abordar el tema.
Hará
un par de días veía en la televisión como una preciosa reportera a
la que pagan ingentes cantidades dinero por hacer el papel de tonta
- tontísima - recorría las calles de Madrid
alcachofa en mano preguntando a los ciudadanos por la definición del
nuevo término aceptado por la Real Academia Española: escrache.
Las entrevistas se repitieron siguiendo el mismo guión, y solo uno
de los siete entrevistados supo contestar de manera acertada.
Este
ejemplo no es más que una pequeña muestra de la triste realidad de
la sociedad española. Los ciudadanos no solo carecen de interés por
el desarrollo de la política nacional – de la internacional ya ni
hablamos - sino que los medios de comunicación dificultan
enormemente tal empresa. En cualquier caso, ambas presunciones
resultan insignificantes: es indiferente que los medios de
comunicación controlen la información de la que dispone el cuerpo
ciudadano porque el peso de este a la hora de tomar decisiones es,
tristemente, nulo. No pretendo con esta afirmación omitir el grave
atentado que supone contra la democracia la ausencia de pluralidad
informativa, sino destacar una realidad que a menudo olvidamos.
Hace
ya muchos años que las instituciones se encuentran secuestradas: el
estado democrático es cada vez menos capaz de hacer de cortafuegos
de la onmipresencia del mercado. La soberanía del pueblo no es más
que una ficción. Quien gobierna el país no son los poderes que
eligen y controlan los ciudadanos, y los poderes que han sido
elegidos por los ciudadanos responden a intereses privados de
pequeños grupos minoritarios. La esfera pública tiende a parecerse
a un mercado político en el que compiten sin freno los intereses
particulares, haciendo que la política se reduzca a gestionar la
confrontación y la fragmentación de los intereses – casi siempre
económicos - individuales.
Me
llama enormemente la atención como en este nuevo cuadro de
vida, donde la técnica ha invadido todo el planeta y se
extiende a todos los dominios de la vida y el ser vivo es capaz de
modificar tanto la información que procesa como la que difunde en la
instanteneidad de las redes electrónicas, el ser humano carezca de
las ganas y la fuerza de participar
en la construcción de las directrices que rijan la vida en
comunidad.
La
opulencia informativa, la aparición de medios masivos de
comunicación y de órganos de difusión vinculados a las nuevas
tecnologías saturan el espacio comunicativo. Mi opción personal
descarta como variable explicativa la realidad estructural, pues
ahora más que nunca los ciudadanos disponen de más instrumentos –
y más información - para controlar a los representantes.
Reconozco
que me encantaría desviar el tema central del ensayo hacia una
pregunta sobre el individuo y su soledad, su falta de referentes y la
situación de perdición en la que se encuentra. Citar a Nietzsche, a
los existencialistas franceses y alemanes y ahondar en esa curiosa y
contradictoria realidad que es la posmodernidad. Pero es una
respuesta de corte filosófico y supongo que se desviaría de los
contenidos de la asignatura.
Lo
que no puedo negar es que con el capitalismo desaparece la
preeminencia de lo político, característica de la vieja modernidad.
La posmodernidad ha implicado el triunfo de lo económico: el dinero
se ha convertido en el esquema organizador de todas las actividades,
el modelo general de actuar y de la vida en sociedad. Se ha apoderado
del imaginario, de los modos de pensar, de los fines de la
existencia, de la relación con la cultura, con la política y con la
educación. No podemos sino preguntarnos dónde envía hoy la clase
burguesa a sus hijos para saber que entre sus preferencias destacan
las escuelas de comercio y de finanzas, y no las letras, la historia
ni mucho menos las ciencias puras.
La
cultura de los negocios ha conquistado su título de nobleza.
Triunfar es ganar en el mundo de la competencia y ganar dinero. Todo
en la actualidad se piensa en términos de rentabilidad, de
maximización de los intereses, de cálculo individualista de los
costes y los beneficios. Ni si quiera los artistas, que para mi
concepción romántica encarnan de ese modo bohemio la más pura
oposición entre entre el talento y todo sistema establecido, dudan
en incluir sus competencias en las grandes estructuras económicas
vigentes. La fortuna se exhibe sin reparos, el lujo está de moda –
sean cual sean los métodos utilizados para conseguirlos -.
No
obstante, queda en mí algo de idealismo - siempre he pensado que dos
más dos son cinco -. En esa situación de instituciones secuestradas
por esa voluntad agónica de dinero y de enriquecimiento personal,
esa ficción soberana entregada a poderes no democráticos, existe
una mínima posibilidad de retomar por parte de los ciudadanos la
solución de los conflictos comunes.
La
aparición de nuevos grupos de protesta ha puesto a todos los grupos
privados a la defensiva. El tan citado y estudiado 15 – M, que
promueve una democracia participativa alejada del eterno bipartidismo
PP-PSOE y del dominio de bancos y corporaciones se alza como
estandarte y una solución al problema que plantea Arnold. Quizá sea
utópico, pero la existencia de un grupo mayoritario que levantan las
manos al aire mientras reclaman más poder para el pueblo evidencia
el deseo de controlar a los gobernantes. Gobernantes que, sin pasar
jamás por las elecciones y renovando su poder sistemáticamente día
tras días por mecanismos no democráticos, acumulan muchísimo en
muy pocas manos.
La
política se identifica hoy en día con esa economía rancia y
putrefacta de la oligarquía española, que jamás ha sido capaz de
hacer negocios sin el apoyo del estado – sin los monopolios
regalados, sin el control de la fuerza de trabajo mediante la
represión y sin el uso de las infraestructuras públicas - . La
representación se dibuja entonces como mito y leyenda de una ciencia
política que perdió en la praxis la parte teórica. Lejos quedan ya
los escritos de H. Pitkin (El concepto de la representación, 1967) y
B. Manin (Los principios del gobierno representativo, 1997), en los
que se explota la difícil relación entre representación y
democracia.
La
representación necesita ser repensada y adaptada a los nuevos
tiempos: primero, es preciso capacitar al gobierno para controlar a
los gobernados, y en segundo lugar, obligarlo a que se controle a sí
mismo. Un gobierno que cede a las demandas se convierte en un
gobierno altamente irrresponsable.
La
meta de la reforma del Estado es siempre la misma: diseñar
instituciones que puedan empoderar a los gobiernos para hacer lo que
deben al tiempo que evitar que hagan lo que no deban hacer. En tanto
ciudadanos, queremos que los gobiernos gobiernen en beneficio del
interés del público: para representar los intereses de la sociedad,
no los suyos propios, ni los de alguna minoría a la que pueden estar
vinculados o comprometidos.
La
modernización está llena de riesgos, incertidumbre e
inseguridad, pero seguro que la podemos superar y controlar. La
andadura de la racionalidad y la pura matemática traerá poco a poco
la prosperidad económica, el retroceso de los prejuicios, el
progreso de la moralidad, la justicia y el bienestar de todos.
Debemos volver a confiar en la política y en el ser humano, infinito
y único demiurgo.
Puede
que se trate de falta de pasión y de lucha, valores que no estén
implícitos en la sociedad actual. Estamos acostumbrados a que
nos den todo hecho: solemos maldecir, por
ejemplo, la democracia que nos dieron los
mayores, pero nos asusta tener que mantenerla y avivarla.
De eso no queremos ni oír hablar, porque nos causa angustia, aparte
de que es comprometerse y ese eterno bla bla bla. Si
haces la lucha con pasión, los agobios no desaparecerán, pero los
derribarás con gusto. Quizá esté siendo un tanto poética e
hiperbólica, pero lo siento así. La lucha ha de ser algo como un
juego, sólo así se evita la depresión que nos impone la
posmodernidad.
Pepita
Pérez
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