Javier
no sabía de qué estaba hablando Luis al salir de clase. Mientras se
perdían por el pasillo y se separaban del resto de estudiantes lo
único en lo que podía pensar era en la curva del cuello de Matilde,
los mechones de pelo que se le escapaban del moño y lo bonita que
estaba cuando forzaba la vista con concentración para leer las
instrucciones del encerado. En eso y en las miradas hambrientas
y mal disimuladas que le dedicaba Antonio desde su mesa. Quería
atravesarle de lado a lado con el bolígrafo. Pero claro, era algo
que no estaba dispuesto a demostrar. Habían pasado pocas semanas
desde la pelea con él, pero le parecía mucho más tiempo. No había
vuelto a hablar con Matilde, ni si quiera la miraba si ella se podía
dar cuenta. Había decidido que tenía suficiente. Durante años
había intentado gustarle, caerle bien, harcele gracia. No negaba que
no siempre había usado las mejores estrategias y hasta estaba
dispuesto a admitir que alguna había sido un energúmeno
presuntuoso. Pero siempre había sido honesto con ella. Estaba seguro
de que podían funcionar, de que se harían felices y se querrían
con locura... y ella lo sabría, aunque le estuviese costando darse
cuenta. Pero desde aquella tarde, cuando vio en esos ojos marrones
que le volvían loco tanta preocupación y sufrimiento por Antonio,
decidió que no podía seguir así. No servía de nada intentar ser
simpático y agradable, estudiar con ella, esforzarse en pensar temas
de conversación con los que poder robarle unos minutos de tiempo y
sonrisas. No servía de nada porque ella ni se daba cuenta.
Matilde
le gustaba mucho, pero hasta él tenía un límite de humillación, y
lo había alcanzado. Se olvidaría de ella y no pensaba pestañear si
se lanzaba a los brazos de Antonio, del gilipollas de Pedro o de
quien fuese. Aunque se estuviese muriendo de rabia por dentro.
-
Tío... Javier... - Luis le dio un codazo en las costillas. -
¿Quieres despertar de una puta vez?
Javier
sacudió la cabeza y forzó una sonrisa.
-
Estoy un poco agilipollado, perdón.
-
¿Y esa es tu mierda de excusa para no decirme que pensabas en
Matilde? No estás agilipollado, estás en coma.
-
No pensaba en Matilde – contestó Javier molesto, pero sin
esforzarse demasiado.
Luis
se encogió de hombros e hizo un gesto de impaciencia.
-
Da igual, en ese tema has tomado la mejor decisión que podías
tomar. Ahora solo falta que dejes de comportarte como una niña.
Javier
le dio un puñetazo en el brazo y Luis se rió.
-
Venga, hablemos de algo importante.
-
¿Por ejemplo?
-
Por ejemplo, yo – respondió Luis como si fuera una obviedad –
Tienes que ayudarme a decidirme.
-
¿Te han enviado más anuncios?
Luis
asintió y rebuscó en su mochila. Sacó un papel y se lo tendió a
sus amigos. Alejandro y Tomás acababan de llegar.
-
De hecho, hay un estudio que me gusta mucho por el centro. Me lo
dejan muy barato porque hay que adecentarlo un poco. Mirad...
-
Seguro que es un cuchitril más sucio que el palo de un gallinero.
-
A mi me gusta esta casita a las fueras – interrumpió Alejandro
señalando otro anuncio.
-
Está bastante mejor que el armario escobero ese del centro... -
concedió Javier. Alejandro sonrió orgulloso – Además, así Tomás
podría ver a Lucía.
-
¿Tú también vas a comenzar con esa mierda? - le respondió el
muchacho.
-
Sólo nos preocupamos por tu vida amorosa – bromeó Luis – O tu
ausencia de ella.
-
Claro, porque vosotros estáis mucho mejor. Como para dar seminarios
sobre relaciones...
Luis
se encogió de hombros.
-
Javier podría dar muchos seminarios. Y escribir un libro sobre
rubias con mala leche.
Todos
se rieron de buena gana de la ocurrencia. Pero a pesar de todo, de
las bromas y de sus amigos, Javier no dejaba de sentir como todo su
interior se revolvía cada vez que pensaba en Matilde.
Pepita
Pérez
Lo
se, ha quedado bastante flojito. Pero necesitaba escribir, evadirme,
desconectar y desnudarme. Y salió esto. Mañana más y mejor.
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