lunes, 27 de enero de 2014

El sol del membrillo (1992)

Este fin de semana he reunido fuerzas y por fin he visto El sol del Membrillo. No he podido evitar acordarme del chico de la camiseta de rayas – el de los dos, el de Visconti y el mío particular- : y es que el argumento de Muerte en Venecia es una pequeña parte el de El sol del membrillo. Al igual que von Aschenbach buscaba desesperado la etérea e inalcanzable belleza de Tadzio, Antonio López persigue la perfección en sus membrillos. Pero es otoño y llueve, y las sesiones de pintura se ven a menudo interrumpidas. Surge entonces la moraleja más extraña que he encontrado nunca, reconfortante y dolorosa a partes iguales: no terminar el cuadro no es el inequívoco reflejo del fracaso, sino una victoria distinta. Ya basta de intentar cerrar absurdas etapas de manera brusca y artificial, con mucha escuadra y poco cartabón. La culminación del cuadro impediría al autor seguir profundizando en sus luces y en sus sombras, seguir disfrutando de esas extrañas conversaciones y explorando todos los matices que nos llevan a conocernos a uno mismo. Ahora solo solo falta aplicarse el cuento. Que ilusa princesa, tú mejor que nadie sabes el poco valor que tienen tus palabras.
Tristísimo final: ya no hay membrillos. 
Enhorabuena, señor Erice.

Pepita Pérez
Días tontos, o tontísimos. Y tristes también.

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