martes, 4 de febrero de 2014

domingo, 2 de febrero de 2014

miércoles, 29 de enero de 2014

Escenas sueltas.

Javier no sabía de qué estaba hablando Luis al salir de clase. Mientras se perdían por el pasillo y se separaban del resto de estudiantes lo único en lo que podía pensar era en la curva del cuello de Matilde, los mechones de pelo que se le escapaban del moño y lo bonita que estaba cuando forzaba la vista con concentración para leer las instrucciones del encerado. En eso y en las miradas hambrientas y mal disimuladas que le dedicaba Antonio desde su mesa. Quería atravesarle de lado a lado con el bolígrafo. Pero claro, era algo que no estaba dispuesto a demostrar. Habían pasado pocas semanas desde la pelea con él, pero le parecía mucho más tiempo. No había vuelto a hablar con Matilde, ni si quiera la miraba si ella se podía dar cuenta. Había decidido que tenía suficiente. Durante años había intentado gustarle, caerle bien, harcele gracia. No negaba que no siempre había usado las mejores estrategias y hasta estaba dispuesto a admitir que alguna había sido un energúmeno presuntuoso. Pero siempre había sido honesto con ella. Estaba seguro de que podían funcionar, de que se harían felices y se querrían con locura... y ella lo sabría, aunque le estuviese costando darse cuenta. Pero desde aquella tarde, cuando vio en esos ojos marrones que le volvían loco tanta preocupación y sufrimiento por Antonio, decidió que no podía seguir así. No servía de nada intentar ser simpático y agradable, estudiar con ella, esforzarse en pensar temas de conversación con los que poder robarle unos minutos de tiempo y sonrisas. No servía de nada porque ella ni se daba cuenta.

Matilde le gustaba mucho, pero hasta él tenía un límite de humillación, y lo había alcanzado. Se olvidaría de ella y no pensaba pestañear si se lanzaba a los brazos de Antonio, del gilipollas de Pedro o de quien fuese. Aunque se estuviese muriendo de rabia por dentro.

- Tío... Javier... - Luis le dio un codazo en las costillas. - ¿Quieres despertar de una puta vez?

Javier sacudió la cabeza y forzó una sonrisa.

- Estoy un poco agilipollado, perdón.

- ¿Y esa es tu mierda de excusa para no decirme que pensabas en Matilde? No estás agilipollado, estás en coma.

- No pensaba en Matilde – contestó Javier molesto, pero sin esforzarse demasiado.

Luis se encogió de hombros e hizo un gesto de impaciencia.

- Da igual, en ese tema has tomado la mejor decisión que podías tomar. Ahora solo falta que dejes de comportarte como una niña.

Javier le dio un puñetazo en el brazo y Luis se rió.

- Venga, hablemos de algo importante.

- ¿Por ejemplo?

- Por ejemplo, yo – respondió Luis como si fuera una obviedad – Tienes que ayudarme a decidirme.

- ¿Te han enviado más anuncios?

Luis asintió y rebuscó en su mochila. Sacó un papel y se lo tendió a sus amigos. Alejandro y Tomás acababan de llegar.

- De hecho, hay un estudio que me gusta mucho por el centro. Me lo dejan muy barato porque hay que adecentarlo un poco. Mirad...

- Seguro que es un cuchitril más sucio que el palo de un gallinero.

- A mi me gusta esta casita a las fueras – interrumpió Alejandro señalando otro anuncio.

- Está bastante mejor que el armario escobero ese del centro... - concedió Javier. Alejandro sonrió orgulloso – Además, así Tomás podría ver a Lucía.

- ¿Tú también vas a comenzar con esa mierda? - le respondió el muchacho.

- Sólo nos preocupamos por tu vida amorosa – bromeó Luis – O tu ausencia de ella.

- Claro, porque vosotros estáis mucho mejor. Como para dar seminarios sobre relaciones...

Luis se encogió de hombros.

- Javier podría dar muchos seminarios. Y escribir un libro sobre rubias con mala leche.

Todos se rieron de buena gana de la ocurrencia. Pero a pesar de todo, de las bromas y de sus amigos, Javier no dejaba de sentir como todo su interior se revolvía cada vez que pensaba en Matilde.

Pepita Pérez

Lo se, ha quedado bastante flojito. Pero necesitaba escribir, evadirme, desconectar y desnudarme. Y salió esto. Mañana más y mejor.

lunes, 27 de enero de 2014

El sol del membrillo (1992)

Este fin de semana he reunido fuerzas y por fin he visto El sol del Membrillo. No he podido evitar acordarme del chico de la camiseta de rayas – el de los dos, el de Visconti y el mío particular- : y es que el argumento de Muerte en Venecia es una pequeña parte el de El sol del membrillo. Al igual que von Aschenbach buscaba desesperado la etérea e inalcanzable belleza de Tadzio, Antonio López persigue la perfección en sus membrillos. Pero es otoño y llueve, y las sesiones de pintura se ven a menudo interrumpidas. Surge entonces la moraleja más extraña que he encontrado nunca, reconfortante y dolorosa a partes iguales: no terminar el cuadro no es el inequívoco reflejo del fracaso, sino una victoria distinta. Ya basta de intentar cerrar absurdas etapas de manera brusca y artificial, con mucha escuadra y poco cartabón. La culminación del cuadro impediría al autor seguir profundizando en sus luces y en sus sombras, seguir disfrutando de esas extrañas conversaciones y explorando todos los matices que nos llevan a conocernos a uno mismo. Ahora solo solo falta aplicarse el cuento. Que ilusa princesa, tú mejor que nadie sabes el poco valor que tienen tus palabras.
Tristísimo final: ya no hay membrillos. 
Enhorabuena, señor Erice.

Pepita Pérez
Días tontos, o tontísimos. Y tristes también.

miércoles, 22 de enero de 2014

Ideas breves.

El único corazón que prometieron no romper fue el del otro, pero ese también lo rompieron.
Y se olvidaron en las brumas de la inconsciencia.

martes, 21 de enero de 2014

Escenas sueltas.

- Matilde...
Lo sopesa.
Una conversación con Javier un sábado por la noche no es una buena idea.
Una conversación con Javier un sábado por la noche cuando él está como una cuba es una sentencia de muerte.
- Matilde...
Eso ha sonado como una súplica. No, no, no, no.
Piensa princesa, piensa. ¿Javier suplicando? No.
- Matilde, te lo estoy pidiendo lo más educadamente que sé. Lo menos que podrías hacer cuando pierdo la poca dignidad que me queda es mirarme a los ojos.
Lo odia. No tiene coraza contra eso – contra su sinceridad, quiere decir -. Por eso termina cediendo y verde y marrón impactan y se confunden, se reconocen y se atraen.
Debe buscar una escapatoria rápida. Ya.
- Me encantaría seguir charlando contigo, pero...
- Te encantaría arrancarme el brazo para poder largarte de aquí.
Una vez llegados al punto en el que ella miente y Javier describe perfectamente lo que está pensando, sólo le quedan dos opciones.
- He quedado.
La verdad.
- ¿Con quién?
Con Miguel.
- Con Paloma.
O la mentira.
Él no dice nada más. Tampoco hace falta. Pero se nota porque está escrito en cada poro de su piel visible. Javier no grita, pero Matilde lo oye.
Es un chico. No vayas. Voy a matarlo. Dime que no es un chico. Quédate, por favor”
Está a punto de hacerlo, de quedarse allí. Dios sabe que se arrepentirá después... Ya no importa, Javier deja caer el brazo.
- Llego tarde.


Pepita Pérez
Menuda excusa más pobre Matilde...